Seguramente lo recuerden. El 6 de septiembre Alberto Núñez Feijóo compareció rodeado de sus barones autonómicos con el palacio de los Duques de Pastrana de Madrid a modo de atrezzo para tratar de transmitir una imagen presidencial. Fue pretencioso y demasiado evidente, no pasó de la anécdota pero tampoco aportó el brillo deseado a un político sumido en el quiero y no puedo desde hace tiempo.
La teatralización llevada al abuso es un vicio de la vida pública actual. El exceso de cosmética nos come hasta el ridículo y levanta apariencias endebles. Esa tramoya se va al carajo cuando la realidad se vuelve tan bestial que fulmina la impostura.
La alerta por DANA en la Comunitat Valenciana requería de toda la responsabilidad de la Generalitat en aras de la seguridad de la población. Celeridad preventiva en el antes y humildad y diligencia en el después. Esta crisis ha puesto a prueba la competencia de Carlos Mazón. Tanto a él como al líder de su partido esto les ha venido grande. Mazón puede haber sido rehén de sus dogmas, prejuicios o flaquezas. Parece estar en un callejón sin salida. Feijóo ha pecado de oportunista y errático; campanudo y veloz para unas cosas y muy lento para otras. Retrato acostumbrado. El gallego perdió la semana pasada una oportunidad de oro para dar lustrar a su perfil. El tiro por la culata fue evidente.
El Partido Popular ha venido enfundado históricamente en una vitola de solvencia, la de la gente que sabe, entendida y centrada, aunque está preso de la frustración y de una pulsión patrimonial del poder. Por eso se irrita sobremanera si las urnas le son esquivas. Pero a la hora de la verdad el mando le supera periódicamente estando en el poder. Lo llevamos viendo en lo que va de siglo;ante problemas de envergadura el PP tiende a empeorarlos, en una mezcla de incompetencia, petulancia y soberbia, que deriva en decisiones negligentes, contraproducentes o tardanas.
El PP se irrita sobremanera si las urnas le son esquivas, pero a la hora de la verdad el mando le supera periódicamente estando en el poder
A esta dinámica se le une la ansiedad en Génova por llegar a la Moncloa. “Nuestra obligación es acabar con este Gobierno lo antes posible y lo vamos a hacer con todos los medios a nuestro alcance” dijo recientemente Miguel Tellado. Cuando a un presidente del Gobierno se le califica de dictador o de hijo de fruta, la deriva es este estercolero que nos apesta. En un país que tanto sufrió a la extrema derecha, esta situación es descorazonadora y peligrosa, donde además la mismas bocas exigen una cosa y la contraria sin remiendo alguno.
¿Le faltaron reflejos inicialmente a Pedro Sánchez? Tal vez, pero si hubiese tomado el mando en la Comunidad Valenciana o desautorizado a Mazón sabemos de sobra de qué se le habría acusado.
Al igual que sucedió en la pandemia, el valor de la socialdemocracia puede reforzarse en la reconstrucción en Valencia, por lo que la derecha busca una envolvente sobre Sánchez. No puede asumir otro ciclo presidencial que dure como el de Felipe González. Si Sánchez llega a 2027 y se vuelve a presentar apuntaría a ese horizonte. Así que el derechismo funciona como un percutor, sin preocuparse por los costes de su estrategia, mermando un capital de tolerancia que costó muchísimo conquistar. El a por todas contra Sánchez es montaraz. La campaña de ardores permanentes requiere un respiro, el clima democrático lo necesita. Sufrimos una tensión inédita y profunda con riesgo de ulceración. “El algoritmo modela ya la cultura, la política y la sociedad” señaló recientemente el historiador Yuval Noah Harari en La Vanguardia. “You are the media now”, posteó Elon Musk la noche que ganó Trump. Mucha gente ha prescindido del periodismo y esto apenas perturba. Es hora de un extra de responsabilidad por parte de quien se sienta concernido. Es hora de los servidores públicos.