Les comentaba el otro día a unas compañeras que el uso del modesto y utilísimo adverbio desde con ínfulas jerárquicas me produce sarpullido. De hecho, lo corrijo cada vez que puedo.
Me explico. Desde es fantástico si ayuda a imaginar lo que supone recorrer la distancia entre Santurce y Bilbao o el tiempo que tarda un huevo sumergido en agua hirviendo en poder denominarse huevo duro.
Cuando apunta a lo concreto, desde es un tesoro. Pero desde (fíjense qué hermosura, tan discreto, tan tendedor de puentes, tan útil) que alguien descubrió que podía referirse a distancias más simbólicas se sobreutiliza y es un horror. Porque si hasta entonces el alcalde, es un decir, dictaba un bando, a partir de ese momento los bandos se dictaron desde las alcaldías. Con ese matiz de distancia no solo horizontal, también vertical, y ese aroma institucional que disimula la presencia de personas concretas tomando decisiones. ¿Me explico?
Si este desde mayestático y displicente ya es una ortiga para mis oídos, cuando se combina y refuerza con la supresión de artículos no les quiero ni contar y poco puedo hacer porque soy una y escasa y pequeña contra la multitud. Para aumentar mi desazón lingüística, estos días he leído y escuchado varias veces la sonora expresión desde Casa Real tal o cual en lugar de la Casa Real tal o cual. Ya me entienden. La cercanía al poder incrementa el cambio gramatical y a más altura más intensidad. Les pongo otro ejemplo. Donde si habláramos de J diríamos que J se ha vuelto a poner el abrigo naranja que estrenó el año pasado, leemos Letizia recicla su abrigo naranja, desorientando a la ciudadanía sobre el significado de reciclar y otorgando valor medioambiental al hecho de usar dos veces una prenda. Qué paciencia hay que tener.