Una de las incógnitas que planean tras la victoria de Trump en las elecciones yankees no es otra que su papel en Ucrania. Durante la campaña se hizo célebre su frase de que él lo iba a solucionar en 24 horas, pero todos somos conscientes de qué clase de bocarrana es el hombre y de que en campaña todo sirve. Pero, históricamente, siempre se ha dicho que las relaciones entre Trump y Putin son buenas e incluso se llegó a decir que el estadounidense era una marioneta en manos del ruso. Bueno, tonterías que se dicen.
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Estos últimos días ha saltado la noticia –que hay que coger con pinzas– de que Putin y Trump habrían hablado tras la elección, hecho desmentido por el Kremlin –lo que también hay que coger con pinzas–. El caso es que tras casi 3 años de guerra, con los rusos avanzando lenta pero inexorablemente en todos los frentes, miles de muertos, la amenaza de una guerra mayor ahí a la vuelta y cientos de miles de millones de euros invertidos en uno y otro lado, la situación diplomática parece estar estancada, con Ucrania en manos de la ayuda extranjera y de la OTAN y con Rusia apoyada por la práctica totalidad de lo que se ha dado en llamar el sur global. ¿Será capaz Trump de desatascar la situación, a qué precio para Ucrania, quiere Rusia acabar con esto cediendo algo con respecto a los objetivos iniciales de Putin o no se va a bajar del carro?
Son todo incógnitas por ahora, cuando aún faltan dos meses para que se haga efectivo el cambio en el poder yankee, un cambio que, por qué no, no tiene porque ser negativo de puertas para afuera de los Estados Unidos, si entendemos el mundo como un todo y no solo lo que en Occidente consideramos qué es el mundo: el nuestro y poco más. Veremos, en todo caso, si esa supuesta buena sintonía se traduce en algo, así como su papel en la masacre de Gaza, donde no parece estar a priori en contra de la tiranía mostrada por Netanyahu.