Cuentan que La infiltrada lo está petando, y que con ella termina el gafe cinematográfico de las historias sobre ETA. A mí, que creo haber visto toda película, documental y cortometraje al respecto, me sigue asombrando un silencio que ya comenté aquí tras el éxito de Patria. Y es que, por un lado, otra vez un filme revela aun de forma indirecta la existencia de la corrupción, la tortura y el crimen gubernamental. Y, por el otro, ese espanto apenas suscita una reflexión política, ética o legislativa entre los espectadores, sean profesionales o profanos.

Todo un presidente, Mariano Rajoy, no dudó en aplaudir la ficción real, así la llamó, del libro de Fernando Aramburu, del que alabó su contribución al triunfo de la verdad. También ejerció de crítico literario y ciudadano del mundo al glosarlo con un lema trascendente: “Ante los derechos individuales de los seres humanos, nada son las patrias ni los territorios”. Aquello quedaría en sentencia publicitaria si no incurriera en una contradicción. Pues Patria, como La Infiltrada, como aquel Salvados con un arrepentido, como muchísimas obras culturales y académicas sobre la época, traslucen una gran mancha: que ciertos derechos individuales de los seres humanos, y los detenidos lo eran, sin ningún rubor se supeditaron a los intereses del Estado, o sea, a la defensa de una patria y un territorio.

Así se toman como paisaje de fondo inevitable, lógico y palmario el maltrato, el robo y hasta el GAL. Ningún responsable político ni policial ha replicado que la mención a ese horror en una pantalla o novela es un gazapo y no cuadra. Vaya que sí cuadra. Y tan anchos.