Diciembre es tiempo de luz, pero no para todos y todas. Mientras las luces de Navidad iluminan ciudades por todo el mundo, también en Iruña, poniendo color a un mes que no siempre lo tiene, hay otras zonas en las que todo sigue a oscuras. Y no ver no significa que las cosas no pasen. Hay que volver a decirlo. No podemos acostumbrarnos ni inmunizarnos ante el dolor de la guerra, envueltos en la parafernalia consumista del periodo prenavideño. Hay muchas partes del mundo en las que todos los viernes son negros y donde las únicas luces que se encienden en las calles en estas fechas son las de las bombas que estallan y destruyen.

Hace tiempo que los cortes eléctricos agrandan el miedo y la inseguridad de familias enteras que se quedan a oscuras en esos lugares. En sus refugios. En cualquier parte más segura que sus casas destruidas. Temiendo lo peor. Sabiendo que quizás cuando amanezca la desolación será peor que esa oscuridad. Seres humanos que no piensan en el Año Nuevo sino en llegar vivos a un nuevo día. Hay muchos conflictos latentes que no aparecen ya en las portadas, como que se van olvidando a medida que se perpetúan en el tiempo. Nuevamente afrontamos unas Navidades con dos lugares asolados por la destrucción y el enfrentamiento: Ucrania y Oriente Próximo.

Este sábado una nueva manifestación recorrerá las calles de Iruña en favor de Palestina y por la paz, organizada por Yala Nafarroa por Palestina. Una más. Ojalá fuera una menos, porque eso sería que hay luz al final de este largo túnel. La tregua del Libano ha abierto la puerta a la esperanza pero puede ser también una falsa ilusión coyuntural en clave de intereses y equilibrios geopolíticos. Nunca ha habido tregua mala si sirve para dejar de matar, pero lo esencial es apuntalar una paz verdadera y justa. El panorama mundial no está para muchas fiestas. Personajes como Trump, Netanyahu o Putín son los nuevos señores de la guerra, de la desinformación y de la destrucción. Amigos de la ley del más fuerte, del “nosotros primeros”. Y con ellos perdemos todos y todas. Las noticias que cada día llegan de Palestina dibujan un escenario de drama humano sin precedentes desde décadas. Es como una pesadilla.

Parecía que el mundo y Europa habían aprendido del pasado, pero está claro que todo es muy frágil. La paz. La democracia. Los derechos humanos. La verdad. Cuesta conseguirlos, pero se destruyen muy rápido. Por eso hay que seguir alimentando la esperanza desde la empatía, la solidaridad y el compromiso con quienes sufren, para que la luz no se apague y la humanidad no entre en una nueva etapa oscura. Que cada luz que veamos brillar en estos días nos haga abrir los ojos para no dejar de ver el dolor del pueblo palestino.