Por avatares personales y sensiblerías varias tengo apego a los objetos duraderos, bien fabricados, que resisten el paso del tiempo, que no se estropean ni se vuelven inútiles a las primeras de cambio, y que me recuerdan de dónde vengo y por dónde voy. Bienvenidas las novedades, por supuestísimo, pero no tanto las ofertas de usar y tirar, fútiles o evanescentes, que a menudo conducen a la frustración.
Lo nuevo es una categoría cada vez más efímera por las propias reglas y necesidades del mercado. Se multiplican los vendehúmos. Casi todo se nutre de marketing, diseño perecedero o rápidamente obsoleto. La durabilidad se reconoce y tiene su público, pero también termina royendo y dando sensación de estancamiento.
La nostalgia puede ser un alivio puntual en cuestiones de andar por casa, pero en política es altamente desaconsejable. Políticamente lo nuevo tuvo un gran momento hace una década, cuando casi todo pareció haberse hecho viejo. Aquella eclosión inicial, consecuencia de una confluencia de factores, ha dejado asentamientos. Ahora el riesgo es que se sustituyan por anhelos pendulares reaccionarios.
De tanta novedad casi todo resulta paradójicamente conocido. Lo nuevo se hace viejo y lo viejo se mezcla de novedoso, sin tiempo para procesar la realidad, embotados por declaraciones y réplicas, frases huecas y argumentarios. Cansados de desanudar crisis y nudos gordianos sin grandes reflejos para adaptarnos a los nuevos cuadrantes.
Todo esto viene al caso tras escuchar estas semanas los elogios al sociólogo ya fallecido Mario Gaviria, Medalla de Oro de Navarra 2024, por haber sabido anticiparse a los tiempos. Cualidad muy necesaria y sumamente difícil. Ya es complejo ir a la velocidad de tu época y no perder comba como para lucir capacidad anticipatoria.
Innovar políticamente y socialmente y cuidar la capacidad prospectiva es imprescindible, también para enfrentarse a las olas reaccionarias
‘Precursor’ es un adjetivo altamente sugerente, que según la RAE define a quien “precede a otra persona o cosa, generalmente anunciándola o haciéndola posible”. Los precursores y las pioneras de tan adelantados y singulares que son, a veces reciben la incomprensión de sus coetáneos. No parece ser el caso de Gaviria, pero la soledad intelectual es uno de los riesgos para quienes atesoran potencia intuitiva. Lo más cómodo es emular, no salirse de la línea, acoplarse a la pauta imperante en cada momento, o si acaso llevar la contraria sin grandes elaboraciones críticas.
Por eso necesitamos en esta era de la Inteligencia Artificial el aporte de la experiencia comparativa, el fondo de perspectiva de quienes han vivido, leído y dedicado muchísimas horas a la reflexión, con una visión humanista y socialmente comprometida. Se requiere fuerza anticipativa y prospectiva de verdad.
En el libro Las personas más raras del mundo. Cómo Occidente llegó a ser psicológicamente peculiar y particularmente próspero (Capitán Swing en 2022) su autor, el estadounidense Joseph Henrich, sostiene : “La innovación es fruto de una recombinación de ideas, conocimientos y tecnologías, además de una saludable dosis de casualidades y consecuencias involuntarias. Por tanto, toda institución, norma, creencia o inclinación psicológica que aumente el flujo de ideas que circulan entre una variedad de mentes o abra la puerta a más oportunidades (...) dinamizará la innovación”. Abrámonos pues a esa prospectiva humanística, sociológica y política. Será una apuesta clarividente, puede que sin rentabilidad electoral directa a corto plazo, pero imprescindible a medio y largo, para así de paso poder enfrentarnos mejor a las olas reaccionarias.