Comienza el fin de semana previo a Nochebuena y Navidad, dos de los días en los que la ciudadanía más nos rascamos el bolsillo para comprar regalos, quizá de una manera pelín exagerada si lo miramos fríamente, pero que finalmente es así, una tradición social asentada. De modo que, bueno, una vez aceptado que somos una sociedad así, regaladora, no está de más recordar que eso, que somos una sociedad, y que formamos parte de un ecosistema concreto, llámase ciudad, villa o pueblo, que no somos entes perdidos en el espacio. Y que, respetando mucho dónde compra cada cual sus cosas porque a fin de cuentas es su dinero, no estaría de más que volvamos a pensar en el efecto que tiene comprar o no en establecimientos de tu localidad o hacerlo por internet o vía mensajería a monstruos de la distribución y del comercio cuya única relación con tu hábitat es un repartidor o repartidora que, ellos sí, posiblemente vivan en donde vives tú. Pero ésa es toda la relación.
Por no hablar de la huella ecológica del coste en transporte que tiene mover paquetes desde Madrid o Barcelona o Bilbao. Compren si pueden en las tiendas de su lugar, porque haciéndolo ayudan a tejer un comercio fuerte y estable y un comercio fuerte y estable tiene capacidad para mejorar y dar más y mejor servicio y a mejor precio y además contribuye claramente a dar alegría a calles y barrios, movimiento, flujo de personas, vida en una palabra. Andar a partir de según qué horas por determinadas zonas de Pamplona o de localidades cercanas es un ejercicio duro puesto que comprobar qué fue y qué es, ver las bajeras vacías y las calles, algunas desiertas, es doloroso.
Está en nuestras manos revertir parte de esa situación, tanto durante estos días especiales como en nuestro día a día más rutinario. Solo hay que ponerle un poco de tiempo y cariño. Es una elección personal, pero redunda en beneficio de la gran mayoría.