Envidia sana. Es lo que siento por Areta Lorea, vecina de Abaurrea Alta, que fabrica lana de mohair con el pelaje de bucólicas cabras de monte que saltan como peluches por la nieve. Una estampa navideña y un lujo de prendas para toda la vida de esas que la industria de la moda apenas conserva. La joven compatibiliza su trabajo de profesora en Otsagi con la crianza de sus 21 animales. Un privilegio de vida para una mujer que cumple un sueño en el Pirineo y vuelve a dar vida a la casa paterna.

Dice que sus cabras tienen un carácter tranquilo. Será que son de raza Angora (de Turquía aunque las suyas son traídas de Francia) y hasta parecen ovejas pero las que llevaba el aita desde casa Ederrena en Lakabe (Valle de Artze) era difícil domesticarlas y que no se escaparan por los montes, y había que juntarlas con las ovejas. Nueve hermanos crecieron de su ordeño.

Luego les obligaron a quitarlas porque se comían las hojas de los montes.... “¡Qué poco saben estos de Diputación!”, decía Nico. Y así es como desaparecieron de la montaña. Habrá quien le diga a Areta que está como una cabra, yo le digo que es mi heroína, que no hay animal más inteligente, noble y cariñoso. Y decisión más valiente.

Ella se inspiró en Iparralde de otros proyectos ganaderos en alta montaña con apoyo para el relevo generacional. Ayer supimos que Desarrollo Rural ha activado una nueva ayuda para crear negocios que se suman a otras para jóvenes en el campo. Han pasado más de 60 años desde que el aita se fue a Nevada a criar ovejas porque no había futuro en los pueblos. Hoy, vamos descubriendo sus verdaderos alicientes.