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Mesa de Redacción

Joseba Santamaria

El sentido de la Navidad

El sentido de la NavidadUnai Beroiz

¿Qué sentido tiene hoy la Navidad? Supongo que ya no tiene un solo sentido, sino muchos posibles. Solo el inevitable cambio de las edades ya transforma profundamente el sentido de la Navidad. Creo que es un tiempo para unos años, para ese tiempo de niño o niña en que contemplas tu alrededor como un cuento repleto de misterios por descubrir. Cuando yo era niño, gris y sombría era la Iruña aquella de los años 60 y ya ha llovido, pero en cuanto se encendían las luces navideñas me recorría el cuerpo un hormigueo como de ternura y calidez.

Ahora no lo veo tan claro. La iluminación navideña de nuestras calles me parece triste y cada año se supera en más horrible. Un poco como el mundo este. Ahora sé que no todo es como lo imaginaba y vivía entonces, pero sí sigue siendo un tiempo de emociones que van y vienen donde conviven sonrisas y desasosiegos. Un tiempo de encuentros y añoranzas donde aún anida ese estado anímico positivo y de ilusión que rodea a la Navidad. Seguro que todo no es verdad, pero si renuncias a ello, simplemente no lo vives.

Tampoco celebraríamos Olentzero, la llegada de los Magos de Oriente, los belenes, los amigos que vuelven, los que se van y los que hace mucho que no te encuentras o los que ya no están. No sé, ya sé que son cosas simples, pero las vives o no. Tampoco las vives siempre igual, claro, hay estados, realidades y circunstancias que hacen de las Navidades unas u otras. Pero es así. Recordamos a aitatxi con sus canciones y con las risas de sus anécdotas. La base es creerlo y disfrutarlo. Lo contrario no es mejor.

Pero el paso del tiempo no perdona y la Navidad ya no es lo que fue. Y aún así, sigue trayendo de la mano los reencuentros entre familiares y amigos, vecinos o conocidos a los que las obligaciones habituales del año, la distancia o la enfermedad o cualquier otro avatar de la vida convierten en una remota imagen de recuerdos borrosos hasta que la Navidad lo sitúa de frente en una calle cualquiera, en cualquier taska del barrio, en un mercado apurando compras o ante el escaparate de una juguetería, de una tienda o de una librería. Te aviva el recuerdo de quienes están lejos. O te acerca aún más a quienes tienen problemas.

No son menores los intercambios de buenas voluntades y por eso me jode la fría hostilidad hacia ese estado de ánimo tan humano. Más en un mundo presente en el que la solidaridad, el dar refugio al perseguido, de comer al hambriento y de beber al sediento son valores sometidos al consumismo voraz, a la sucesión de comilonas absurdas y a la codicia ilimitada, en el que la brecha entre ricos y pobres se amplía y las clases medias se empobrecen. Las preocupaciones son otras. El tiempo se detiene menos de lo que se detenía y es cada vez un valor más escaso. También el calor humano; el consumo ha perdido personalidad y ha desplazado a la gente de la calle y el individualismo egoísta, la competitividad mala que se enseña desde los centros escolares, la vida acelerada o el trabajo que exige menos tiempo libre...

No es melancolía ni nostalgia, ni tampoco que tiempos pasados fueron mejores. Quizá la Navidad haya perdido cercanía humana, pero sigue siendo un espacio de convivencia para la magia, la fiesta y la solidaridad. O eso creo. Claro que soy de esas personas que aún disfrutan de la Navidad. Eguberri on!!