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A la contra

Jorge Nagore

Enero

EneroEFE

Enero ya es otra cosa. No es noviembre o diciembre. Tú te levantas una mañana de enero y por mucho que haga malo –sí, sí, sé que estamos en invierno, pero es que en Pamplona los últimos 6 días hemos visto el sol exactamente 17 minutos– hueles que algo va a pasar. Que llega algo potente, ilusionante, interesante: ¡el Tour Down Under! El Tour Down Under, que este año se celebra de 17 de enero a 26, es una carrera australiana que da el banderazo de salida al ciclismo de carretera, que ya en febrero coge carrerilla en Europa en un continuo no parar hasta octubre.

Esto pasa en enero, algo que en noviembre y diciembre ni hueles. Por eso a mi la cuesta de enero nunca me ha parecido tanta cuesta –ni de lejos– a la de noviembre, por supuesto en el plano emocional. Tú en noviembre eres un tipo que acaba de dejar atrás el sol de septiembre y octubre, al que le han quitado una hora de tarde y que sabe que se encamina hacia la cueva, sin ciclismo, sin atletismo, sin calor. Una ruina.

En enero, en cambio, las tardes van alargando, hueles el olor a llanta de las bicis a punto de echar a rodar, comienzan las pruebas en pista cubierta de los atletas, comienzas a pensar aunque sea un poco en las vacaciones de Semana Santa o en las de verano, yo qué sé, es otra alegría, joder. Sí, hace frío, llueve, sabes que queda aún bastante trecho, pero vas viendo la salida al túnel.

La vida no tiene nada que ver si sabes que en unas horas en un continente a tomar por culo de donde estás va a haber un sprint masivo o un abanico o que en pocos días van a meter plato pequeño y van a acabar en un puerto de montaña. Esto es así, es empírico, de la misma manera que lo es el hecho de que la ausencia de esos estímulos genera un vacío que no se puede llenar con nada, más que con resiliencia de esa y la mera costumbre de llevar toda la vida pasando noviembres y diciembres, meses pedorros donde los haya.