No quedan ni dos semanas para que el magnate americano tome posesión como presidente de Estados Unidos y ya ha dado mucho juego en el tablero político internacional. Le gusta ir de farol. No sé si tuvieron ocasión de ver la serie de Netflix sobre Trump pero no tiene desperdicio. Invirtió parte de la herencia de su padre –que sí construyó viviendas en barrios como Brooklyn y Queens– en casinos y hoteles de lujo. Y algún equipo de fútbol americano.
Fue construyendo torres fálicas en Nueva York que llevan su nombre. Ahora también sueña con ser emperador, no descarta el uso de la fuerza para hacerse con Groenlandia y el Canal de Panamá e insiste en que Canadá sea el estado 51 para “blindar la amenaza de barcos chinos y rusos”. Ha llegado a poner precio a la compra de Groenlandia –danesa–, que tiene gas y petróleo e importantes rutas comerciales. Uno de sus alocados planes –mezcla de ciencia ficción y modelo soviético– para solucionar el problema de la vivienda es crear diez megaciudades al oeste del país con coches voladores.
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Quizás muchos no sepan que Trump lo que no pretende es mejorar el acceso a la vivienda. O no le importa que plantee deportaciones masivas de inmigrantes que son los que construyen casas. Un esperpento de superpotencia –pero con un historial de quiebras en sus negocios– que tiene mucho apoyo detrás, redes sociales y desinformación. Lo hemos visto con el apoyo abierto de Musk a partidos y figuras de extrema derecha en Europa. Si eso es así aquí, imagínense allá. Si ése es el modelo de urbanismo más rompedor no quiero ni imaginar lo que nos viene...