“Yo no le veo peligro a esto”, comentó hace muchos años, refiriéndose al encierro, el gran tenista francés Henri Cochet. Quienes le oían se quedaron boquiabiertos y, sin embargo, hoy el encierro apenas existe como tema de conversación. Son muchos los que afirman que es “muy aburrido” y que ya, para verlo, ni se levantan de la cama. Los hay que aseguran, incluso, que el encierro “agoniza”, que está en las últimas.
“Todo el mundo parece acordarse muy bien de lo que hacía cuando supo que el presidente Kennedy había muerto”, así comienza una famosísima novela que leí y que me entusiasmó cuando era crío. Y recuerdo que, muchos años después, me sorprendió en un estanco la muerte de Cela, el premio Nobel. Era media mañana, entré y escuché la noticia por la radio.
No recuerdo qué hacía yo en aquel estanco de Pamplona, aquel día, a media mañana, pero sí recuerdo que aseguraban que, justo antes de morir, Cela exclamó: “¡Viva Iria Flavia!”, aludiendo a su localidad natal. Y aseguran también que, justo antes de recibir el primer balazo, a John Fitzgerald Kennedy le comentaron: “No podrá decir, señor presidente, que Dallas no le quiere…”. Y conocidas son las últimas palabras de Béla Lugosi, el primer Drácula de la historia del cine: “Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, y soy inmortal”.
Béla Lugosi no era inmortal, obviamente, y me temo que la imagen que proyectamos al mundo entero, el símbolo por excelencia de los Sanfermines, tampoco es inmortal. ¿Se encuentra bien de salud nuestro encierro? ¿Lo estamos cuidando como se merece? ¿Es cierto que agoniza? ¿Ha muerto, quizá, y los pamploneses, que siempre lo mantuvimos con vida, lo dejamos morir? ¿Si hoy Manolete se asomase a un balcón de la Estafeta exclamaría de nuevo “¡Jozú! ¡Jozú!”?