Cristina Ibarrola trabajó para un gobierno con EH Bildu. De 2015 a 2019. En un puesto de designación directa: Jefa de Servicio de Efectividad y Seguridad Asistencial del SNS-Osasunbidea. A las órdenes del mismo consejero cuya gestión actual critica. Podría haberlo rechazado y vuelto a su plaza de médico de Atención Primaria conseguida el 31 de diciembre de 1998. Pero su ascenso profesional por impulso político fue imparable desde 2007: Directora de Atención Primaria, tras un breve paso por la subdirección, Directora General de Salud (2011-2014) y Directora Gerente del SNS-Osasunbidea (2015).
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El cuatrienio de Barcina la encumbró en el organigrama de Salud. Rehusó volver a sus orígenes de consulta en Centro de Salud a pesar de la detestable realidad de un Acuerdo Programático entre Geroa Bai, EH Bildu, Podemos Ahal-Dugu e Izquierda-Ezkerra. Un cargo de confianza en un Ejecutivo que tanta desconfianza le despertaría si nos atenemos a sus opiniones sobre la nociva influencia de la izquierda abertzale. Un despacho con mando es más confortable que un dispensario de Primaria.
Ese descenso en el escalafón de la estructura orgánica, arbitrario como todos los nombramientos de libre designación, lo encajó mejor que el descenso a una concejalía rasa desde los oropeles de la alcaldía por la discrecionalidad de un pacto de conveniencia política. Se creyó los anuncios de la candidata socialista, como si el partido regionalista no incubara en su trayectoria histórica compromisos incumplidos y lealtades traicionadas. Hasta pareció asumir que su Alcaldía duraría cuatro años.
Cristina Ibarrola asimila mejor el capricho a dedo que un democrático acuerdo municipal. Su dureza crítica con el PSN contrasta con la falta de medidas disciplinarias internas contra un miembro de su Ejecutiva regionalista condenado por agresión a un Policía Foral en un intento de irrupción de agricultores al Parlamento de Navarra. Quizá un aval a su comportamiento. Parece.