Según leo, en Navarra, pero es algo generalizado, las mujeres consumen el doble de psicofármacos que los hombres. En concreto, el 17,8% de las navarras ha consumido más de tres envases de antidepresivos o ansiolíticos en el último año frente al 8,7% de los varones, el doble. Con estas cifras, seguro que conocen a alguien. Buscando una explicación, el artículo señala que como a los hombres les cuesta más expresar los malestares, evitan ponerlos en conocimiento de los profesionales, lo que puede explicar en parte la cifra más baja. Pues nada, chicos, tenéis esa asignatura pendiente. Las cosas os afectan, os vapulean, sois de carne y hueso. Bienvenidos a la vulnerabilidad. También, hace hincapié en el carácter patógeno de las tareas de cuidados asumidas mayoritariamente por las mujeres. Cuidar sin apoyos, sin medida y sin horizonte empobrece, come la vida y le resta calidad y salud y de eso las mujeres sabemos bastante más que los hombres. Está claro que vidas diferentes enferman diferente.

Por otra parte, como las mujeres tenemos colgado el sambenito de fallar con facilidad de los nervios corremos el riesgo de ser mal diagnosticadas. Es, sin ir más lejos, el caso de M, que fue al médico arrastrando a duras penas su cuerpo, con un cansancio épico, y le derivaron con rapidez a psiquiatría no fuera a hacer un chirgo (literal). Ella no lo veía y así lo dijo, pero acató. La psiquiatra no apreció nada y recomendó una analítica. Un mes después, el diagnóstico era hipotiroidismo. Pero, además, ¿cuánta inestabilidad laboral, cuánta precariedad económica, cuánto futuro temido, cuánta relación difícil de resolver están enmascarando esas pastillas? Es decir, ¿qué decisiones políticas habría que tomar para reducir al máximo el consumo de antidepresivos o ansiolíticos?

El tema es tan interesante como complejo y doloroso.