El sombrero de Melania en la toma de posesión de Donald Trump no pasó desapercibido. Es de suponer que para eso se lo puso. Mas allá del gesto por el que se libró del beso del ya presidente americano, la imagen que nos dejó bajo el ala de su sombrero parecía la de una mujer que no quiso, o no pudo, mostrarse tal como es, sino como le dictan otros. Su estilo, calificado como “ultra recatado”, ya transmitía lo que les espera a las mujeres en este nuevo mandato de Trump. Y no será bueno. Su particular guerra contra la igualdad y el feminismo no es nueva, pero se ha vuelto más agresiva con el tiempo y lo será en esta segunda entrega. Cuesta imaginar cómo alguna mujer puede soportar estar de su lado. Ese sombrero habla tanto como lo que esconde, la mirada cabizbaja de una mujer que se sabe poderosa. Creo que el sombrero no es un elemento neutro en la historia de las mujeres. Y en mi caso prefiero a las Sinsombrero que a las con sombrero. Me quedo con las mujeres valientes que nos abrieron camino en los años 20, hace un siglo ya, quitándose el sombrero en Madrid como un gesto de desobediencia y de reivindicación del lugar que les asignaban en las artes y en la sociedad. Querían que se les viera la cara y mirar de frente para mostrarse tal como eran y poder hacer visibles sus facetas creativas. Maruja Mallo, Margarita Manso, María Zambrano, Rosa Chacel o Concha Méndez, entre otras de la Generación del 27, desafiaron las normas de la época al quitarse el sombrero y con ellas numerosas escritoras, pintoras, artistas, fotógrafas y creadoras siguieron su legado para expresar lo que pensaban con libertad. Ciertamente, a lo largo de la historia, muchas mujeres se han visto obligadas a quitarse el sombrero, en sentido real y metafórico, para conseguir que se les viera y se les tuviera en cuenta en un mundo, el de las ideas, la cultura y también la política, hasta hace no mucho mayoritariamente masculino. Aquellas mujeres formaron parte de una generación que no lo tuvo fácil, al contrario. Pero lucharon para reclamar su independencia y su derecho a tener, ya entonces, las mismas oportunidades que los hombres. Y pese a todos los problemas, se aferraron a su decisión de quitarse el sombrero. Mucho más que un gesto. Así que viendo como está el mundo y el peligro de retroceder en los derechos para las mujeres, está claro que es momento de volverlos a quitar. Toca crecerse ante la adversidad y seguir reivindicando el verdadero papel de las mujeres. Mejor sin sombrero.