Hola personas, vayan pasando, todos caben, al fondo hay sitio, no se paren, sigan, sigan, que aún faltan muchos por llegar, sean todos bienvenidos a mi fiesta de cumpleaños. Mañana día 27 a este pobre juntaletras, que cada domingo os da un poco el coñazo, le caerán 67 tacos de Myrga, los más viejos del lugar saben de qué hablo, y a mi criatura, al niño, a Rinconcito, el día 28 le caen 6 añííos de nada, es un bebé, pero hay que ver lo que ha recorrido en estos 6 años el chavalín. Pamplona la ha recorrido de arriba a abajo ya varias veces, la provincia no tanto, pero también le ha pegado algún bocao y más allá de nuestras lindes también se ha dado algún garbeo que otro que han sido puntualmente referidos en esta sección. Los paseos que el chico se ha dado este servidor también los lleva a sus espaldas puesto que somos inseparables. Pero pasen, pasen, la fiesta será netamente pamplonesa, la música correrá a cargo de la orquesta Amanecer y contaremos con la actuación estelar de los Iruñako, que nos harán mover el esqueleto al ritmo de La bella Mónica. Las viandas tendrán 100% nuestro sello: un poco de verde de la Magdalena, para empezar con algo fresco, quién quiera podrá tomar unas pochas de Sangüesa para ir tomando cuerpo, chorizo con azúcar, de aquel que daban en la charcutería de Jauregui en la calle Mayor, unas sardinas del Marrano, de aquellas que servía acompañadas del porrón de tinto con gaseosa, txistorra campeona de los competidos concursos que aquí se organizan, unas bravas de la Mejillonera, con esa misteriosa salsa que las convierte en únicas, unos huevos del Río, unos pimientos del Roch, un poco de tortilla de patata de la Navarra, y para rematar unos garroticos de Beatriz, pastas de Layana, unos clásicos piperropiles, bolaos, tortas de txantxigorri, helado de Nalia y un poco de queso de Roncal, lo regaremos todo con un buen rosado de San Martín de Unx y la fiesta será redonda, sigan pasando, entren, entren y disfruten están todos invitados.
Bien, y mientras nuestros invitados se divierten con nosotros celebrando nuestros cumpleaños, yo voy a contaros el paseo del que he disfrutado esta semana. Tiene tramos ya recorridos y alguno que aún no había aparecido por aquí. No ha sido a golpe de calcetín sino a golpe de pedal, aun mi cuerpo se resiente al andar y voy más cómodo montado en una máquina de esas que el ayuntamiento pone a nuestra disposición a cambio de unos pocos céntimos. Aquellas que empezaron siendo Mayacletas y que ahora son Bilducletas. Desanclé una de su estación en la calle Aoiz, junto al ambulatorio, y, bajando Carlos III, en seguida llegué a la avenida de Roncesvalles que tomé para llegar a la calle Amaya y en su comienzo, dejando a mi derecha la plaza de toros, lanzarme a tumba abierta por la cuesta de la Txantrea y estrenar el carril bici cuesta abajo, una de las cosas más placenteras del mundo. El sol y el viento me daban la vida. Pasé el río por primera vez por el puente de la Txan dejando a mi derecha el viejo e histórico de la Magdalena. Siempre que lo veo pienso en la cantidad de peregrinos, aldeanos, paseantes y demás fauna humana que lo habrá transitado a lo largo de los siglos. Seguí pedaleando y tras pasar Irubide, topónimo reciente, heredado de la finca que allí tenía el señor Dutor que talmente bautizó, dejé a mi derecha el río de los quintos y llegué al río de los alemanes, tramo del Arga que los teutones aquellos que recalaron en nuestra tierra en la segunda década del siglo XX empleaban para sus refrescos veraniegos y que ha dado nombre a la zona. Pasado todo esto volví a cruzar el cauce por la pasarela peatonal que te adentra en Aranzadi, lo crucé de forma transversal y por la pasarela que hay al otro lado volví a cambiar de orilla por tercera vez. Llegué al monasterio viejo de San Pedro, hoy dedicado a funciones cívicas, durante siglos casa de clausura de las agustinas recoletas y durante los años 80 residencia de unas cuantas familias de etnia gitana que, según dicen, fueron muy felices mientras allí vivieron. Bordeé el Monasterio por su parte trasera y tomé la calle Uztarroz que me dejó en la carretera de Artica por la que salí a la Avenida de Marcelo Celayeta, más concretamente frente a la vieja fábrica de Matesa. El edificio que albergó la polémica fábrica de telares sigue en pie tal y como era, es de las pocas referencias que nos trae a la memoria la vieja avenida de aquel famoso párroco del Salvador que tanto hizo por el barrio. Decidí entrar a fondo y fisgar lo que por allí queda. Hay una zona que está en uso con diferentes utilidades, la mayoría son de cursillos profesionales y otros locales los ocupan pequeñas empresas de diversos sectores. La parte trasera es un gran aparcamiento que al final tiene algún edificio que ha corrido peor suerte que sus vecinos y que se ha convertido en lo que llamamos arqueología industrial, con todos sus elementos, cristales rotos, puertas tapiadas, infinidad de grafittis y pintadas, vegetación sin control y todo aquello que invade lo que el hombre abandona. Pero a mí me gusta, le encuentro cierto encanto entre fabril y urbano. No hace falta entrar en detalles de lo que fue Matesa en los años 60, de ser una empresa motor de la zona, a ser un escándalo que el 23 de julio de 1969 nos puso en cabeza de todos los noticieros. Fue el general Castro San Martín, compañero mío de la mili, ya que cuando yo era cabo 1º en el gobierno militar de Lérida él era el general gobernador militar, o sea, compañero, quien descubrió el pastel y quedó al descubierto que los telares sin lanzadera que fabricaban y exportaban con las correspondientes ayudas a la exportación, eran telares fantasmas ya que muchas de las cajas viajaban vacías y de los 1.500 telares que se supone que habían sido vendidos a Argentina solo 120 llegaron al país sudamericano. Muchos fueron los encausados, pero Juan Vilá Reyes, principal accionista de la sociedad, que vivía en un chalet que había en la esquina de Paulino Caballero con Navarro Villoslada, fue quien más pagó estando 6 años a la sombra.
Volví a la avenida y llegué a la Iglesia del Salvador, que es otro de los pocos elementos que la zona conserva y que nos revive el ayer. Crucé y alcancé el puente de Santa Engracia que, con la torre de las oblatas de fondo y un cielo escapado de un cuadro del Greco, formaban una estampa de corte pictórico digna de verse.
Crucé el río por cuarta vez, atravesé Trinitarios, tomé el ascensor y en nada entraba en la Taconera por ese delicioso pasillo de moreras, que no catalpas, como dije una vez, tras el parque llegó la ciudad y vuelta a mi casa refrescado, oxigenado y contento de vivir aquí.
Besos pa tos.
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