Los datos que ofrece Navarra en la mayoría de los rankings socioeconómicos le sitúan en los primeros lugares del Estado –en empleo, en producción industrial o en el sector agroalimentario–, y en continuo crecimiento. Es cierto, pero es verdad también que los últimos meses y los sucesivos anuncios de cierre en empresas como BSH o Sunsundegui escenifican riesgos en el futuro inmediato pese a que en 2024 el PIB foral volvió a crecer un 2,7%.

Los comités de siete empresas de Navarra –Volkswagen, BSH, Siemen-Gamesa, Sunsundegui, Tasubinsa, Tenerías Omega y Nano Automotiv–, han dado la alarma sobre la continuidad de los puestos de trabajo en sus factorías. En conjunto, unos 14.000 empleos directos y más de 12.000 indirectos en cuya defensa han convocado una manifestación para el próximo 16 de febrero. La problemática es real porque demuestra una dualidad en la marcha de la industria navarra entre los ámbitos tradicionales y los que ofrecen los nuevos sectores centrados en la inversión farmacéutica, ingenierías, innovación, sanidad, tecnología, aeronáutica, asistencia... por los que las políticas del Gobierno de Navarra también llevan más de una década apostando.

De hecho, las crisis en ese ámbito de la industria tradicional se dan igualmente en territorios cercanos e igualmente potentes como la CAV y en la mayor parte de los estados industrialmente más fuertes de la UE como Alemania, Italia o, Francia. Las buenas noticias siempre resultan más agradables que la permanente sucesión encadenada de todo tipo de hechos y datos negativos. El problema es que, como ya pasara en 2008 y 2011, los hechos acaben superando al optimismo y la autocomplacencia. Y por ello, esa llamada de atención de las organizaciones sindicales de forma conjunta no debería caer en saco roto para el Gobierno de Navarra. La Comunidad Foral tiene capacidades y potencialidades para hacer frente con garantías a los costes de interferencias inesperadas, y lo está haciendo.

Y herramientas de autogobierno para ello. La situación de la industria tradicional navarra, o también el comercio minorista, transmite señales de inquietud y todo indica que la incierta situación internacional y la inestabilidad creciente en el mercado, en el comercio y las exportaciones y en las prioridades geopolíticas tras la llegada de Trump a la presidencia de EEUU más su guerra de aranceles puede elevar los niveles de esa incertidumbre de cara a este 2025. Aún así, la situación en Navarra está lejos de justificar los alarmismos. De hecho el sector industrial de Navarra, aún con sus problemas, representa el 31% del PIB foral, pero es mejor tomar medidas propias y adecuadas a la situación de la industria, la economía y el empleo de Navarra ahora que la máquina funciona y las perspectivas siguen siendo buenas.

El consejero Irujo ya adelantó que el Gobierno estudia y planifica nuevas medidas para impulsar el tejido industrial y el empleo en el sector y que está sobre la mesa la nueva Ley de Industria, una oportunidad para consensuar con la máxima unidad política posible soluciones y propuestas ambiciosas, eficaces y también realistas. Está bien, pero estará mejor si se aprueba con urgencia. Será el mejor antídoto contra el alarmismo, el catastrofismo y el apocalipsis que airean determinados discursos políticos del miedo empeñados en devaluar interna y externamente imagen y el potencial de Navarra con su oposición partidista del cuanto peor, mejor.