El lunes hice un poco de compra. Esto de no tener carnet de conducir y sí algo de tiempo libre hace que vaya rotando las compras allá donde más o menos me pille. No hago compras grandes. Llevo la mochila, cargo lo que necesite y luego vuelvo a casa aunque tenga un rato largo andando. El caso es que el lunes entré a un sitio y cuando fui a pagar me sorprendió el hecho de que solo había un cajero atendido por una trabajadora, cuando anteriormente eran varios.

Miré hacia mi derecha y observé con una mezcla de enfado y sorpresa lo que ya hace tiempo se está imponiendo en algunos lugares: las cajas de autopago, esos artefactos que permiten que tú te cobres a ti mismo la compra que hayas hecho. Lógicamente, fui a donde estaba una persona. Voy a ir siempre a donde haya una persona. Me gustan las personas, por lo general. Me gusta que si tengo un problema con un producto se lo pueda consultar a alguien.

Me gusta que esa persona tenga un trabajo que hacer y no solo salir cada cinco o seis clientes a ayudar a alguien que se ha equivocado con el autopago o que no sabe cómo funciona el trasto. Me gusta que las personas mantengan sus puestos de trabajo y que se les pague por ese trabajo y que no sea yo el que hago el trabajo y así se reduzca el trabajo que hacen las y los empleados y donde antes estaban 8 en unos meses estén 6. Conmigo que no cuenten.

El día que solo haya cajas de autopago me llevaré la mochila a otro sitio y buscaré aquellos en los que las personas sigan siendo parte importante del proceso de recibimiento, atención y cobro, no meras resolvedoras de incidencias técnicas. Entiendo que las empresas son empresas y no les culpo de buscar sus beneficios, pero conmigo que no cuenten para hacer determinadas labores mientras pueda evitarlas, aunque tenga que hacer cinco minutos de cola en la caja atendida por seres humanos como yo.