Leer es rastrear ideas. Dice el escritor Rafael Argullol que “adoramos a un becerro de oro de lo inmediato”, que vivimos una “auténtica tiranía de la actualidad y lo que un día parece ser una cosa rebosante de fuerza, al cabo de dos ya no tiene ninguna”. Lo apunta en una entrevista en Jot Down.
Tiene más razón que un santo. Vivimos en el instante. Lo ultimísimo es un sagrario, lo penúltimo un cirio que ha perdido cera, y lo antepenúltimo una vela que se consume. En el altar político informativo se ofrendan impactos en busca de consagrar audiencias y votos. Lectura rápida y distracción ligera… Las redes son una papilla adictiva al gusto, que primero ingerimos a sorbitos y después a cucharones.
Pero hay otro becerro de oro, otra polución paralela a la inmediatez, que es el individualismo, el yo, mi, me, conmigo. ¿Hay algo más inmediato que uno mismo? El 9 de febrero la escritora Irene Vallejo publicó un artículo rebosante de lucidez en El País. Se titulaba Yo, sociedad limitada, soledad anónima. Una critica a la actual “inflación narcisista: mucha pose y poco poso”. Ese mismo domingo, Santiago Abascal intentaba presumir de liderazgo en un discurso: “Yo asumo”, “yo asumo”, “yo asumo”, así hasta siete veces en menos de un minuto, en el que mandó un recado a la “prensa pepera”.
Además del becerro del oro de lo inmediato, que censura Rafael Argullol, hay que abordar la polución yoísta que ha analizado Irene Vallejo
El yoísmo de Abascal es sintomático. Acorde con una extendida espiral de ego que late en nuestro tiempo, que recuerda al superhombre de Nietzsche y que tiene una fuerte traslación política y sociológica. “El capitalismo contemporáneo estimula una cultura política cuyos efectos oscilan entre la generación de pasividad y de agresividad”, constata la Fundación FUHEM en su revista Papeles. “Necesitamos salir de un falso dilema: ni agresivos ni pasivos, ni atacar ni acatar. Unirnos”, escribió Vallejo en el artículo antes citado, pero sin intereses o intersecciones comunes, es muy difícil. Estamos llenos de frustraciones pero nos sobran ínfulas para no sentirnos chiquititos y aliviarnos pensando que el escuchimizado y jorobado es el otro. Y si no medramos como merecemos, que otros se escurran hacia abajo. Ese es el tiñoso consuelo de algunos, propio de mentes piramidales.
Según Argullol, hoy día “nadie plantea un horizonte de salvación, que era lo que hacían las religiones, las utopías sociales, el socialismo, la anarquía, el comunismo. Incluso la sociedad ilustrada”. En cambio, nosotros “vivimos en una especie de noria que va a una enorme velocidad, pero sin ninguna promesa de salvación más allá, de nuevo, de lo inmediato”. De esto va también el libro del filósofo esloveno Slavoj Žižek, Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro? publicado por Anagrama en 2024.
MIRAR MÁS LEJOS
El periodismo se afana en lo inmediato, pero no debe sentirse ajeno al medio plazo. Lo mismo la política. Nadie gana elecciones pensando en el mundo de 2050, pero la prospectiva es obligada. También reforzar el sostenimiento público y volver a hablar de prójimo, que hoy suena a antigualla. Tirando de etimología: pensar más en lo próximo y algo menos en lo inmediato. Si la pandemia subrayó el nosotros, sectores autoritarios reaccionaron a tal necesidad. ¿El nosotros? ¿Quién era aquel sujeto para dejarme a mí, me, conmigo encerrado en casa? Ahora viene la era de la revancha, sobre la que reflexiona Andrea Rizzi en un ensayo recién publicado también por Anagrama. Los libros nos sirven para enfocarnos en lo próximo, nos dan contexto, nos ayudan a conocer.