Reconozco que cuando se confirmó la intención de Elkarrekin Podemos de entrar a negociar el proyecto de revisión fiscal propuesto por PNV y PSE, y más aún cuando se anunció un preacuerdo, tuve la sensación de que la formación superviviente de la debacle de la izquierda confederal estaba haciendo un supremo esfuerzo de realismo y supervivencia. En realidad, desde el minuto uno Podemos había manifestado su absoluta oposición a siquiera negociar el proyecto. Así como me pareció normal, por habitual, la táctica de marear la perdiz de EH Bildu y el rechazo de saque a la madrileña por arte del PP, casi entré en pasmo cuando se hizo pública la decisión de los morados de sumarse al acuerdo aceptando las autoenmiendas de los proponentes del proyecto.

No deja de ser paradójico que un partido en caída libre y reducido a la mínima expresión institucional, consciente de que su papel en este debate podía llegar a ser decisivo, aprovechase la ocasión para sacar pecho y dar ejemplo de pura democracia anunciando que los máximos responsables ya habían llegado al preacuerdo pero que antes de firmarlo sería preceptivo consultarlo con la militancia. La verdad es que eso de consultar a la militancia, pedir la autorización a los afiliados, suena a máxima expresión de democracia interna, a exaltación de la asamblea soberana, a la justa y máxima valoración de todos los componentes del colectivo.

Hay que reconocer que durante un fin de semana largo tanto los partidos proponentes como los oponentes, como la ya menguada porción de la ciudadanía que todavía se interesa por estos asuntos, hubo una expectación contenida, un cierto interés por la decisión que fueran a tomar los militantes de Elkarrekin Podemos en relación al acuerdo sobre la revisión fiscal. Uno se imaginaba, la verdad y aunque disminuidas, que las bases de ese partido tuvieran algo que ver con aquel pretérito y multitudinario apoyo con el que se estrenó en las urnas vascas la formación de Pablo Iglesias. Pero resulto que no. Que, según reconocieron sus dirigentes, habían votado cuatro gatos. Claro, no se sabe si esos cuatro gatos son todos los gatos, o si parte de ellos estaba a otra cosa y no les interesó el asunto.

Fue patética la explicación de Richar Vaquero, flamante líder del partido, de que no se podía aceptar el acuerdo fiscal propuesto por PNV y PSE porque aquella máxima expresión de pureza democrática se había quedado en “empate técnico”, que la escasa participación de la militancia en la consulta y el resultado de 46% por el sí y 43% por el no, era insuficiente para firmar el acuerdo. Curiosa y arbitraria decisión, olvidando que el propio Richar Vaquero llegó a la secretaría general con unos resultados casi idénticos a los obtenidos en la pomposa consulta.

No se sabe cómo vaya a finalizar esta complicada negociación, pero la verdad es que Elkarrekin Podemos ha perdido una excelente oportunidad para demostrar que aún puede protagonizar algo en la política vasca. Tanta expectativa creada para tan insustancial resultado, hace pensar que en realidad son pocos y mal avenidos, que siguen empeñados en el error de negociar a máximos, que desde su insignificancia no pueden pretender un “cambio de modelo” como condición sine qua non, que en una sociedad plural como la vasca o pactas desde tus propias fuerzas o desapareces. Han presumido de una práctica democrática modélica, y han vuelto a hacer el ridículo.