El día después del 8M es como la resaca de una fiesta. Te levantas recordando lo bien que lo has pasado y al mismo tiempo al volver a la realidad notas ese dolor de cabeza de que algo no está bien del todo. Ahí quedan las importantes manifestaciones que recorrieron las ciudades y pueblos pidiendo más que nunca un feminismo fuerte y unido (asignatura compleja) para frenar el machismo y la ola reaccionaria de la ultraderecha que tanto daño está haciendo ya en muchos ámbitos sociales y muy especialmente en el de la igualdad. No hay que irse lejos para ver que pese a los avances y la lucha desde distintos frentes, la sociedad, la escuela, la casa, la empresa, la política, la educación, la cultura, la justicia, los medios, las relaciones... nuestros derechos no están todavía garantizados. Al contrarío, están en permanente amenaza. Algunos de los estudios publicados en torno al 8M nos dicen que las mujeres de las nuevas generaciones, las jóvenes, son las más feministas de la historia. Igualmente apuntan que ellos, los jóvenes, no lo son. Y se está alimentando la peligrosa idea entre esos hombres de que el feminismo les perjudica y se refugian en el machismo. Lo cual acabará teniendo un reflejo no solo en las encuestas sino en las urnas, con el auge de la ultraderecha. Algo no encaja. Como en esos días de resaca algo va mal, o muy mal, cuando la juventud, que es el pilar sobre el que sustentar el futuro de la igualdad y del feminismo, queda partida en dos por esa enorme distancia que separa a mujeres y hombres en torno a este tema. Nunca se sabe muy bien de dónde vienen los datos, pero sea cual sea el origen, y aunque no lo veamos, hay un riesgo y es una corriente que hay que encauzar. Es hora de lanzar las alarmas antes de que sea demasiado tarde.