El papado de Francisco cumple 12 años, y lo hace con él ingresado desde hace 28 días en el hospital, y es aún así uno de los líderes mundiales que se escucha con respeto. Parece que su evolución es positiva y su estado de salud de mejoría, pero con 88 años ya ha admitido que si no tiene fuerza suficiente para seguir se echará a un lado. El 13 de marzo de 2013 el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido obispo de Roma el primero jesuita y latiroamericano, para sustituir a Benedicto XVI, quien había renunciado al cargo cansado y acosado por la graves problemáticas que ya entonces lastraban interna y socialmente a la Iglesia. Desde su misma elección, Francisco no ha dejado indiferente a nadie y siempre ha sido claro en los objetivos esenciales con los que asumía la responsabilidad del papado para el regreso a los valores del Evangelio de Jesús. Ni la institución religiosa católica ni el propio Papa tienen todas las respuestas a todos los problemas de la humanidad en este siglo XXI, y sólo ese reconocimiento de humildad parece revolucionario en un ambiente en el que la pomposidad y la suntuosidad se había apropiado del Vaticano y de la mayor parte de la jerarquía católica –y del poder mundial–, bajo la falsedad de gestionar en exclusiva una suma de supuestas verdades absolutas. Limpió y aireó, o al menos lo intentó, el Vaticano y planteó tres ejes para ello: la prioridad en la atención a las personas menos favorecidas y a las minorías, la apertura de las rígidas y caducas estructuras católicas a la mujer y una dura crítica al capitalismo actual. No lo ha tenido fácil Bergoglio en estos 12 años, sobre todo por los sectores más reaccionarios y tradicionalistas, con gran influencia en la jerarquía católica española. Hace unos meses vimos a un grupo de seminaristas, se supone que con vocación sacerdotal, echar unas risas pidiendo al Señor que se llevara de una vez al Papa. Por su defensa de los desfavorecidos, de los homosexuales, por su cuestionamiento de temas como el celibato obligatorio o la exclusión de las mujeres y también por su apuesta por asumir responsabilidades por los miles de abusos sexuales a menores que se han destapado por el mundo. Lo decoran con el celofán de los viejos y absurdos dogmas de fe. Es la diferencia entre la iglesia como comunidad de personas y la iglesia como institución política y económica de poder terrenal. Diferencias que desvelan la existencia de formas muy diferentes, incluso enfrentadas, de entender la Iglesia en un momento en que la devaluación de los valores de la democracia y los derechos humanos, la especulación y el expolio de los recursos y la explotación de los seres humanos dominan el poder político y económico –las erráticas decisiones de Trump han desatado una guerra comercial que amenaza a la economía mundial–, y los valores humanistas cotizan a la baja. Tampoco la paz está en buenas manos, sino en manos de alguien peligroso atrapado en un mundo ridículo al que no le importa nada estimular cualquier nueva escalada bélica en un mundo ya con múltiples guerras. En poco llegará ese el tiempo de los balances sobre el alcance real de los mensajes y las reformas que ha puesto en marcha Francisco y de valorar su mensaje contra un sistema económico explotador y nada humanista Los buitres ya sobrevuelan el Vaticano a la espera del próximo cónclave para ganar la fumata blanca.