La política consiste básicamente en gestionar el dinero público. En decidir cómo se recauda y en qué se prioriza el gasto. Esto ocurre aquí y en Sebastopol. Por supuesto también en EEUU, el país del capitalismo por antonomasia. Bien debe saberlo Trump, que basó la campaña del regreso a la Casa Blanca en prometer a sus ciudadanos que iban a tener oportunidades para hartarse de ganar dinero. Lo repitió hasta la saciedad en medio del jolgorio generalizado de sus correligionarios.
De aquella juerga ya hay quienes tienen resaca. Sin cumplir dos meses en el poder, el hombre de color anaranjando pierde crédito cada día entre muchos de los que le votaron. Su guerra comercial ha sacudido los principales mercados bursátiles, que se encaminaban a cerrar la semana con pérdidas superiores al 4%. Las alertas se han encendido en el país, donde los inversores temen que se resienta la confianza de las empresas y los consumidores. El capital ya duda del proceder del mandatario republicano. Hay más incertidumbres que certezas en la imposición de aranceles a troche y moche. Y quienes tienen dinero prefieren escenarios de estabilidad. Justo lo contrario que ofrece Trump, un bocachancla de manual que no sabe si mata o espanta.