Hemos conocido este viernes, con todo lujo de detalles, la comilona con la que el alcalde de Tudela, Alejandro Toquero, y dos compañeros de la Corporación agasajaron al prestigioso arquitecto Rafael Moneo el mes pasado después de una reunión de trabajo en Pamplona. Un festín de 400 euros, pagado con el presupuesto público, que incluía una botella de vino de 107 euros. Para tratarse de un almuerzo de trabajo, suena todo excesivo.
Y lo es más todavía si se tiene en cuenta que apenas 48 horas antes un concejal de Contigo Tudela anunciaba su dimisión, para “poner fin al acoso y al intento de desprestigio profesional” al que ha sido sometido durante casi dos años por el propio Toquero, después de reconocer que cobró sin factura unos 600 euros por visitas guiadas mientras era empleado del Consorcio EDER.
Queda claro que el alcalde ribero no solo no tiene el mismo rasero para medir este tipo de comportamientos, sino que ve la paja en el ojo ajeno, y no en la viga del propio. O tal vez tiene en la retina aquella célebre frase del expresidente Miguel Sanz, quien en 2008 se negó a aplicar en Navarra la devolución de los 400 euros que hizo el Gobierno de Zapatero con el argumento de que ese dinero “no va a servir más que para una cena y poco más”.