Trump y sus locos aranceles están poniendo en jaque a los mercados mundiales. Su modelo se basa en el concepto de que el déficit comercial que tienen con un país determinado es el resultado de todas las prácticas desleales de éste, es decir, la suma de las trampas que les pone.
De esta manera cree que todas las relaciones con el exterior son una especie de estafa permanente y, lógicamente, se siente dolido y traicionado, por lo que tiene que actuar con mano dura contra toda esa mala gente que quiere atacar a EEUU, que es, prácticamente, el resto del planeta.
Impulsado por esta especie de personalidad paranoide, Trump también ha mirado con mala cara a España por sus políticas de fomento de la presencia del cine europeo y de las lenguas cooficiales del Estado en las pantallas.
Dice en un informe que esto limita el acceso del cine estadounidense al mercado español, perjudicando a su industria cultural. Y lo ha dicho así, como si realmente se tratase de una amenaza real, cuando de lo que se está hablando es de una batalla entre David y Goliat. En el caso del euskera, directamente, de lo que se trata es de tristes migajas.
Como hace poco dio a conocer la asociación Pantailak Euskaraz en un estudio detallado, la realidad es que en 2024 de 540 películas que se estrenaron en País Vasco y Navarra, sólo 3 fueron originales en euskera y otras 11, películas infantiles traducidas a esta lengua. De 200.000 proyecciones sólo 1.800 fueron en euskera.
En cuanto a las cuotas impuestas a plataformas como Netflix o Amazon la realidad dista mucho de una situación que se pudiese denominar como “restrictiva”: de los 17.000 títulos de Netflix, por ejemplo, en este momento solo 33 tienen audio en euskera.