Dejó la primera fila de su funeral reservada para inmigrantes, presos y transexuales. La jerarquía de la iglesia católica nunca les habría dado ese lugar en un acto de proyección mundial que está haciendo historia.
Promovió la investigación de la pederastia en la Iglesia, se ha plantado ante al abuso sexual infantil por parte de los suyos.
Se reunió con los líderes espirituales del Islam y el judaísmo, impulsando un diálogo entre religiones que llevan siglos dándose la espalda.
Reconoció la existencia del techo de cristal en la Iglesia para las mujeres. Pero le dio un golpe insuficiente para que se agrietara siquiera. No fue más allá. Tampoco abrió la puerta a la comprensión y el respeto en el aborto, lo condenó sin fisuras.
Pidió que sobre el mármol de su lápida se inscribiera sólo su nombre propio en latín, nada más.
Prohibió la asistencia a esta despedida global al cardenal Becciu, condenado por malversación de fondos y fraude en 2023 a cinco años y medio de prisión que no está cumpliendo, porque apeló y los trámites continúan. Becciu continúa en el Vaticano.
En cambio a una monja pequeña y muy mayor, con su cabello blanco y su hábito azul marino, con una mochila verde a la espalda, le permitieron que se saliera de la fila en la basílica de San Pedro este miércoles y se saltara el protocolo al acercarse al féretro. Sabían que era amiga íntima de Francisco y que él lo habría querido así. Una amiga que vive en la caravana de un circo, atiende a prostitutas y transexuales, es sobrina de una desaparecida argentina que fue muy cercana al hombre del féretro mucho antes de que se permitiera imaginar que un día llegaría al Vaticano. Esta es una imagen para la historia, una de las que definirán quién fue el 266º papa de la iglesia católica.
Hay 135 cardenales susceptibles de ser elegidos para ocupar el cargo, pero no su lugar. Con su apertura y sus límites, va a ser difícil que vuelva a haber un papa como él.