Soy uno de los periodistas que todavía no ha salido de su asombro al ver el informe de la Guardia Civil que señala a Santos Cerdán como el presunto cabecilla de una trama de corrupción en connivencia con dos personajes de la calaña de Ábalos y Koldo García.
En más de una década de cercana relación profesional con él, he tenido el convencimiento de estar ante un político honesto y en absoluto ambicioso. Más bien todo lo contrario. Transmitía un marcado perfil de izquierdas y siempre repetía su disposición a reincorporarse a la empresa de su pueblo que dejó cuando aterrizó en el Parlamento foral, si el PSN volvía a la andadas de recuperar los acuerdos estratégicos con la derecha foral.
Su salto a la primera línea política estatal parecía haber colmado con creces todas sus aspiraciones. Tanto políticas –nunca se había imaginado que iba a tener un escaño en el Congreso– como económicas.
Los diputados, en función de su pertenencia a diferentes comisiones y dietas, suelen superar unos ingresos anuales de 90.000 euros, con los que se llega a final de mes con holgura. Razones más que de sobra para no complicarse la vida con comportamientos delictivos en los que ni siquiera su entorno más cercano –Chivite, Alzórriz o el propio Sánchez– le reconocen. Incomprensible.