Coño, soy una de esas 201.768 personas residentes en Navarra que siguen viviendo en el mismo municipio en el que nacieron, un 29,7% del total de la población, según informaba ayer el Instituto Nacional de Estadística. No sé si eso es bueno o es malo. Me refiero al hecho de permanecer toda tu vida amorrado a la misma alcantarilla sin moverte muchos metros. A los PTVS, castas, etc, estas cosas al parecer les gustan mucho, eso de fardar de no haberse ido de aquí –o cada cual de su cuna– más que casi casi por obligación, pero a los que no tenemos ese ramalazo localista –quizá solo sintamos, y a ratos, eso que canta Elliot Murphy: no amo este lugar en el que vivo, esta localización geográfica en particular, pero me he acostumbrado a ella y la echo de menos cuando me voy– nos entra –o al menos a mí un poco sí– una mediana sensación de ser un poco árbol y de, en cierta forma, haberte perdido las cosas buenas que seguro que tiene ir un poco de aquí para allá y no me refiero a de visita o unos días o unas semanas o en el pueblo todo el verano. Yo el mayor de aquí para allá ha sido cambiar de barrios y de línea de villavesa. No sé si ponerme contento o echarme a llorar. Lo aceptaré, sin más, puesto que ha sido mi decisión. Eso sí, se me hacen pocos navarros, apenas un 30%, los que siguen en el mismo lugar que en el que nacieron, con lo que somos aquí del terruño y del pueblo y estas cosas, pero no voy a ser yo el que cuestione al INE, que además no voy a ir preguntando uno a uno. Algo más alta es la cifra de los nacidos en Navarra que siguen viviendo en Navarra, que suben hasta el 60%, aunque lejos de gallegos, andaluces y extremeños, todos ellos entre el 73 y el 72%, mientras que en el otro extremo están Baleares –el 46% de los que residen allí nacieron allí– y Madrid –47%–. Lo que no sé es en qué ciudad me hubiese gustado vivir. Necesitaría varias vidas, creo.