Hoy unas letras para hablar de mi barrio, el Segundo Ensanche, que celebra hoy y mañana sus primeras fiestas. Nací y viví cerca, en Santa María la Real, –aunque los fines de semana viajábamos hasta la Rotxa, donde residían los aitatxis–, un barrio acogedor, pequeño, de gente trabajadora de aquellos años 60. La vida entonces transcurría entre las calles y la piscina de Osasuna en verano. Otros tiempos en los que allí había de todo, farmacia, un taberna que vendía pan y despachaba vinos, tintorería, carnicería y pescadería, estanco, mercería, papelería, zapatería y junto a la parroquia de San Enrique, una peluquería. Todo estaba en apenas media calle de Pico de Orhi, y alrededor algunos pocos bares. La vida era más pausada, todo el vecindario se conocía y la ayuda mutua era la normalidad. Estudié en Maristas y poco a poco la vida se fue trasladando hacia el Ensanche, con la Plaza de la Cruz como escenario de juegos primero y lugar de encuentro ya en la adolescencia y en la juventud. Ahí pasábamos los ratos entre charlas, discusiones, pipas, misas, aunque el tiempo se fue acortando y llegar a la hora era cada vez más difícil, petacos y futbolines, miradas a las chicas y poco a poco también entre las primeras visitas a los bares cercanos, La Servi, Ciáurriz, Mikael o Itziar y aunque fuéramos al Casco Viejo o a San Juan, la Plaza de la Cruz siempre el punto de reencuentro. Desde aquellos años 70 y 80 hasta hoy mi vida ha continuado vinculada al Segundo Ensanche, donde está nuestra casa desde hace casi 30 años. Por eso, que la Asociación de Vecinos Zabalsanche se haya puesto el mundo por montera y haya organizado unas fiestas tiene un aroma entrañable e ilusionante. Ha sido sorpresa –pese a que ya se organizaba un día del barrio–, y sujeto de comentario popular. El Segundo Ensanche es más barrio de lo que quizá tiene en la cabeza el imaginario colectivo en Iruña. Ni más ni menos que otras zonas, aunque sin apenas dotaciones, más exigencias municipales, por ejemplo a la hostelería, que se obvian en otras partes de Pamplona y problemas diversos y molestos a veces como cualquier otro espacio de la ciudad. Pero es fácil para vivir y, sobre todo, muy fácil para convivir. Es difícil no encontrarte con alguien en la calle con quien hablar o pasear o tomar algo, la gama de comercios y servicios es igualmente próxima, donde vas no solo a consumir o comprar, sino a intercambiar tiempos de la vida, la familia, los amigos o la actualidad. Desde el Mercado a cualquiera de las tiendas, muchas aún con un bagaje histórico en su nombre y otras nuevas que van sustituyendo a negocios que se apagan, siempre sabes con quien estás y también el origen de lo que adquieres. Desde la calle Olite hasta la Plaza de Toros y desde la avenida Galicia hasta el Paseo Sarasate se conforma un pequeño ecosistema vecinal que posiblemente se mantiene ante el paso de las años porque en la cabeza de quienes diseñaron su modelo de edificación y urbanismo había una idea vinculada a la convivencia e integración. En especial, desde las plazas de Viana y de Merindades hacia arriba. Seguramente, estas fiestas del Segundo Ensanche no tendrán el jolgorio y participación que las de otros barrio de Iruña, pero será fácil disfrutar de las actividades y, más aún, de los vecinos y vecinas en la calle. Como cada día. Ongi pasa!
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