En los últimos partidos de la temporada se acentúan las diferencias entre unos y otros. Hay partidos en los que los equipos se juegan ascensos o descensos y adquieren una trascendencia extraordinaria, por el contrario, otros encuentros se disputan entre equipos que ya tienen “el pescao vendido”, para bien o para mal, y dan la sensación, a priori, de ser partido verbeneros. Es lógico que los árbitros no sean ajenos a estas sensaciones, desde que reciben la designación se hacen su composición de la escena, sus dificultades y su trascendencia y van preparándose para lo que se avecina.

Ante un partido de los difíciles el árbitro necesita poca mentalización, su preparación previa y su grado de concentración se dan por supuestos. Más bien en árbitros jóvenes y de poca experiencia el consejo debe ir en el sentido de no salir al campo con el “cuchillo entre los dientes”, el propio discurrir del juego le irá marcando la pauta y a menudo los encuentros con más dificultades previstas resultan exentos de complicaciones. El buen comportamiento de jugadores y público y eso tan difícil de saber perder y saber ganar facilitan, muchas veces, el gran objetivo del árbitro que es acabar su partido sin ser el centro de él. Seguramente es más complicado mentalizar a los equipos y también a los árbitros de cómo deben discurrir esos partidos verbeneros en que los equipos no se juegan nada de nada y que se disputan para cumplir el calendario de la competición. Ojo con ellos porque pueden ser una auténtica trampa.

Debajo de ese clima de aquí no pasa nada y hemos venido a pasar el rato se mueven muchas veces los resquemores de toda una larga temporada que afloran al final de ella y que con cualquier excusa surgen ante la aparente impunidad de “para lo que me queda en el convento…”. La recomendación a los árbitros en estos partidos es que no bajen la guardia en ningún momento, nunca un partido es tan sencillo como para permitir que el árbitro se relaje y pierda su concentración. La mayor virtud de un árbitro es leer el discurrir del juego para mantenerlo bajo control.

Cuando un partido se tuerce no hay quien lo enderece. En unas y en otras circunstancias adquiere una importancia vital la labor del Delegado de Campo, de su personalidad, equilibrio y saber estar depende gran parte del buen final de un partido cuando surgen complicaciones. Suerte a todos en este último tramo y no olvidéis que el fútbol es sólo un juego, todo lo que queramos de importante, pero sólo un juego.