En el estercolero en el que chapotea la política española, el calibre de las críticas ha cogido un rumbo en el que el nivel y significado de las palabras hacen que cada día que pasa sea más difícil superar a lo dicho el anterior. Pero se esfuerzan. En medio de este desfile de casos, personajes patibularios, empresarios y comisionistas, parientes de aquí de allá. novios, parejas y hermanos, fontaneros y fontaneras, policías y guardias civiles políticos, abogados, jueces, fiscales, grabaciones de conversaciones y publicación de whasap –imposible ya poder saber cuáles son legales y cuáles vulneran todo tipo de derechos–, en el que los mismos nombres se repiten en un caso u otro implicados tanto en aquellos que señalan o han señalado ya al PP como los que apuntan al PSOE.

Una mezcla en el siglo XXI de la vieja España de siempre que reúne sin filtro ni orden alguno el esperpento, el absurdo, el clasismo casposo y el sarcasmo más cruel. Entre Valle-Inclán, Berlanga y los influencers más infantiles, unas historias de corrupciones varias, y parece que infinitas, que ocupan horas y horas de tertulias de telebasura y radio disimuladas malamente como informativos y portadas de medios de prensa y digitales presentadas como exclusivas de un periodismo de investigación que ya dejó de existir, si existió alguna vez.

Es inútil, por mucho esfuerzo y medios que le dediquen, que la atención ciudadana se pueda sentar frente a todo ese barro y contemplar el espectáculo sin perderse para el segundo acto o capítulo. Quizá por ello, entre los principales problemas de los ciudadanos la corrupción dejó hace tiempo de ocupar un lugar destacado al margen de la agenda partidista y mediática de cada día, y sí lo siguen haciendo la vivienda, la sanidad o la seguridad. Por supuesto, nada va a cambiar, al menos hasta que no logren tumbar al actual Gobierno y a la mayoría democrática que lo sostiene aunque sea por un cansancio insoportable.

Al contrario, señalar a un Gobierno democrático en un Estado democrático de la UE como una organización criminal es el último paso del PP en el Congreso. Es inaceptable, más viniendo de un PP que acumula varias condenas como partido por corrupción, el único con tal deshonor. La escala irá subiendo. Por eso, es muy difícil de entender que ese nivel de bajeza y antipolítica se traslade a Navarra.

Es más, parece un ejercicio de boronismo sin sentido. Relájese, señor Esparza. Por mucho que usted lo haya dicho, y esté quizá satisfecho, el PSN no actúa, al menos aún, como la mafia siciliana. Es una organización mafioso-terrorista que utiliza la violencia, el asesinato, el chantaje, el secuestro, etcétera pasa lograr sus fines y negocios. La comparación sobrepasa todo encaje en la crítica política. Está difícil ocupar espacio en la atención de la opinión pública, pero ese no parece un buen camino.

Tampoco lo son las salidas de tono de Alzórriz en el intercambio de golpes que ambos protagonizan cada lunes en el Parlamento, pero esa frase en concreto tiene mucho peligro político a futuro. Esta fuera de lugar, simplemente es mentira y ensucia su trayectoria de años en el ejercicio de la política navarra que no tiene necesidad alguna a estas alturas de revolcarse en el fango más sucio. Sin olvidar que de todo lo que se habla, nada está claro y quizá más allá de las andanzas de alguno de los personajes cuya mochila ya es muy pesada y cutre para evitarlo, poco saldrá en claro. Como casi siempre. Lo real y casi amortizado para la sociedad es el estado endémico de la corrupción en algunos lares.