Por razones de autoexigencia, históricamente la izquierda ha tenido la piel más fina que la derecha a la hora de afrontar episodios vinculados a comportamientos corruptos. En las filas progresistas nunca faltan los partidarios de cortar por lo sano ante cualquier atisbo de gangrena. La derecha, en cambio, tiende más a mirar para otro lado, ganar tiempo y tratar de desviar el problema con el fin de salvaguardar la institución que ve amenazada.
El estallido del caso Cerdán va a poner a prueba una vez más el aplomo de unos y otros. Estamos ante un procedimiento judicial que va a ser largo y que esconde multitud de interrogantes, por lo que conviene no precipitarse. Se atribuye a San Ignacio de Loyola aquello que “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. Una expresión que deberían grabarse a fuego quienes tienen ahora la responsabilidad de defender gobiernos progresistas de las acometidas de las derechas, incluida la ultra.
Ahora más que nunca hay que tener la cabeza fría. Ni hay prisa por tomar decisiones que afecten a la mayoritaria voluntad expresada en las urnas en favor de un gobierno como el que lleva las riendas de Navarra, ni tampoco actuar como si nada estuviera pasando. Pero entregar la cuchara solo porque la oposición exige a diario dimisiones y la convocatoria de elecciones sería otro error. Casi tan grande como el de 1996, cuando la revelación de que el entonces presidente Javier Otano era titular de una cuenta en Suiza desembocó en que el PSOE regalara el Gobierno a UPN, donde cogió carrerilla y estuvo 19 años seguidos hasta que su penosa gestión, coronada con la desaparición de Caja Navarra, cerró su ciclo.
Sería inadmisible que sin tener clara la dimensión del caso Cerdán, ni la salida a este laberinto, la sucesión de filtraciones interesadas precipitara el final del fluido entendimiento entre las fuerzas progresistas del Parlamento foral. Tampoco sería de recibo que si Sánchez dobla la rodilla, Navarra tenga que seguir sus pasos porque se viven dos realidades políticas sustancialmente diferentes. Mientras en el Estado la legislatura no arranca, la Comunidad Foral aprueba presupuestos y saca adelante proyectos en un clima de absoluta normalidad democrática.