El nivel de la política española está desde hace tiempo ya muy por debajo del suelo. Y el regreso estridente de Aznar y González ofrece el nivel real de ese subsuelo. Los dos expresidentes vuelven a campar por los medios más conservadores y reaccionarios de Madrid para evaluar el alcance de la estupidez política. Es todo de risa. En este absurdo ir y venir de políticos, periodistas y correveidiles diversos que pululan y hacen negocio por la Villa y Corte, González entra en escena para insistir en su campaña de acoso y derribo contra Sánchez y anuncia a bombo y platillo que no votará al PSOE en las próximas elecciones –no aclara si lo ha hecho en las anteriores–, si se consolida la Ley de Amnistía avalada por el Tribunal Constitucional. Una boutade para hacer daño a su propio partido y a la actual mayoría democrática del Congreso que lo sostiene. González hace tiempo que es un peón más de ese inmenso movimiento de tintes golpistas que emana de todas las estructuras del Estado oscuro para derrocar al actual Gobierno. Ya lo intentó cuando impulso el golpe interno en el mismo PSOE para descabalgar a Sánchez de la secretaría general y ha seguido intentando aniquilarlo políticamente desde entonces. Y lo hace al mismo compás que Aznar. La diferencia es que el predicamento de González ya no es el que fue ni de lejos, si es aún alguno más allá de tipos como García-Page, Lambán, Guerra, Nicolás Redondo Terreros, este con años pidiendo directamente el voto al PP, Corcuera y otras viejas glorias venidas a nada. Mientras que la derecha española sigue al pie de la letra las consignas de guerra que lanza Aznar. Su “el que pueda hacer que haga”, es parte fundamental de la actual crispación e inestabilidad política, mediática y judicial en el Estado. González como Aznar en realidad se descojonan de todos nosotros desde sus cómodas jubilaciones vitalicias y una vida asegurada desde los asientos en las grandes energéticas a las que beneficiaron con sus decisiones en el Gobierno y que luego les ficharon como asesores. Reaparecen, como el Guadiana, para tratar de evitar que desaparezcan los últimos restos del naufragio de aquel régimen del 78 y decir lo que hay que hacer. González debiera explicar antes que nada sus indultos a los golpistas del 23-F, su nada democrática herencia del GAL y su señor X y del terrorismo de Estado y aquella época del pelotazo y la corrupción. Y Aznar, la burbuja inmobiliaria, la especulación financiera, las mentiras de la guerra de Irak o del 11-M o la red de financiación ilegal Gürtel. O el indulto a los mismos Barrionuevo y Vera –que acaban de firmar un pobre manifiesto con una treintena de ex altos cargos del PSOE–, condenados a 10 años de prisión por el secuestro de Segundo Marey por el GAL apenas medio año después de su ingreso en prisión. Ninguno de los indultados mostraron como condición arrepentimiento alguno. Al contrario, han hecho alarde de las causas de sus condenas de forma tan indigna como impune. Sonrojantes ejemplos de una larga la lista de corruptos, narcos, torturadores... indultados. La constitucionalidad de la Ley de Amnistía es, como lo fue también los indultos a los líderes catalanistas, una vía abierta para abordar desde criterios políticos y democráticos lo que es un problema político y democrático.
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