Como serpiente de verano –y no será por falta de noticias impactantes–, nos encontramos en plena refriega de titulitis entre personajes políticos de profesión. En una nueva versión del “y tú más”, andan ahora levantándose las faldas de los currículums para airear las vergüenzas de los que engordaron sus datos biográficos académicos para prosperar en su carrera política. Pues muy bien. Resulta higiénico que se levanten las alfombras de las estafas biográficas en las que han venido chapoteando buen número de políticos y políticas. Antes falsos que sencillos.

Todo empezó al descubrirse el pufo académico de una tal Noelia Núñez, diputada y alto cargo del PP, joven e impetuosa tertuliana, que en su perfil oficial para el Congreso se había pasado unos cuantos pueblos en cuanto a títulos, másters y demás excelencias académicas. Algún rival meticuloso comprobó que sus credenciales eruditas eran cuento. La impostora dimitió, que no es poco, y abrió la caja de Pandora. Un ejército de subordinados se lanzó a husmear los currículums del enemigo y, como no podía ser de otra forma, aquello fue como meter la mano en una cesta de cerezas con el consiguiente atizarse a diestro y siniestro en una procesión de tramposos que amañaron sus antecedentes académicos adornándose con plumas ajenas.

Al margen del escándalo de quedar al aire las vergüenzas, uno se pregunta cuál ha sido la razón de que tantos políticos y políticas se han venido empeñando en esa patológica titulitis para añadir valor a su aportación al partido, que no a la sociedad. Para esta gente parecería un desdoro, una especie de subordinación, de deshonra, que en los escaños institucionales se sentasen fontaneros, electricistas, albañiles y expertos tantos otros oficios que no precisamente abundan en estos tiempos.

Con estos excesos tramposos, la clase política parece menospreciar cualquier otra sabiduría y, sobre todo, el sentido común que nada tiene que ver con las togas y las orlas académicas pero que en realidad sacan adelante el país. Hemos podido comprobar que muchos mienten para quedar bien, para dejar claro que se les debe suponer capacidad. Fatuos, estafadores, acomplejados que necesitan sacar pecho académico aun sin haber pisado una universidad.

En adelante, cuando uno contemple la imagen de las Cortes españolas no va a poder evitar la sospecha de que hay ahí un buen número de fulleros que, si son pillados, son capaces de decir que aquello fue u error, no una patraña de acomplejados clasistas y trepas.