No hay debate posible, porque la sangre palestina ya les llega a las rodillas: Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. Por eso, boicotear su presencia en todo evento cultural o deportivo no solo es legítimo sino un principio básico de defensa de los derechos humanos.
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Y que la máxima relevancia de esas protestas se esté dando en una gran vuelta no puede extrañar, porque es mucho más fácil hacerlo en una carrera de más de 3.100 kilómetros que en un estadio o un pabellón.
Pero es preocupante que alguien olvide un dato obvio: un pelotón ciclista es muy vulnerable cuando rueda a altas velocidades. Como dicen en el mundillo, el ciclista es su propia carrocería; un simple golpe puede hasta matarlo –al gran Agostinho lo mató un perro que se le cruzó en una contrarreloj–.
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Protestas, por supuesto; poner en riesgo a 180 ciclistas, no. Por ética, por respeto y porque provocar una desgracia le haría un triste favor a la causa palestina.