El cielo de Gaza está tan cansado que apenas queda tiempo para llorar por su destrucción. Todavía hoy estallan luciérnagas de pólvora en nombre Yahvé. Lo hacen mientras un supuesto alto el fuego arde en el horizonte. Si es así, habrá que alegrarse. Mientras tanto, ese cielo sigue velando cadáveres.

Ese plan se está negociando en Egipto. Hamás, Israel y los enviados trumpistas quieren llegar a una firma común. Si se logra, bingo. Pero uno duda. Y piensa cómo amanecerá Gaza mañana y pasado mañana y al otro. Cómo se medirá el tiempo, la esperanza, el hambre, el dolor, el futuro, el poder, el recuerdo de los muertos, el porvenir, la salud, alimentarse, poder lavarse, dormir, mirar al cielo sin ver el infierno. Qué quedará tras la fría anestesia del horror. Y uno se pregunta si es tan fácil que 66.000 muertos, 200.00 heridos, miles de desaparecidos bajo la escombrera gazatí y otros miles de desplazados sin horizonte, puedan quedar impunes, invisibles tras una neblina de incienso. Sin que nadie pague por ello. Como si Palestina fuera un error del destino.

Dice Ofer Cassif, diputado judío israelí, que no habrá paz sin el fin de la ocupación israelí. Porque el “plan Trump” ignora el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y no ofrece garantías para la retirada de las fuerzas de ocupación de Gaza, ni plazos, ni tácticas precisas. No es, dice Cassif, un plan de paz, sino un plan para normalizar la ocupación y, por lo tanto, un suma y sigue de muerte y desesperación.

El sábado decenas de manifestaciones anunciaban una nueva epifanía. La de Iruña congregó a 50.000 personas que implosionaron la ciudad reivindicando una Palestina libre y la disolución del estado genocida de Israel. Sí, una apuesta de largo alcance.

Solo hace falta que las movilizaciones sigan siendo eso, de largo alcance y el “plan Trump” no despliegue un efecto balsámico.