El plan de paz para Gaza presentado por EEUU y aceptado de inmediato por Israel a través de su primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha encontrado un sí, aunque condicionado, por parte de Hamás. La organización político-terrorista y milicia ha aceptado la devolución de los 48 rehenes israelíes que aún están en su poder, al parecer, 20 de ellos con vida. También se aviene la agrupación a entregar el gobierno de Gaza a un ejecutivo de tecnócratas palestino. Sin embargo y pese al avance significativo que todo ello supone en la consecución de una paz viable, la situación no deja de ser enrevesadamente compleja. Y lo es, entre otras cosas, porque los ataques de Israel a la franja de Gaza han cesado, aunque solo de manera parcial. Pese al mandato del mismísimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en ese sentido, este fin de semana se han seguido contabilizando bombardeos sobre lo poco que queda en pie de Gaza y se han sumado decenas de muertos palestinos a la macabra lista provocada por el ejército hebreo.

En ese contexto de fragilidad extrema a la hora de garantizar unos mínimos que logren el final de las masacres, no ayuda que Hamás no se haya comprometido a entregar sus armas, condición sine qua non para el desarrollo del plan de paz. Pese al optimismo desatado entre la población gazatí ante un eventual final regulado para la contienda, los vericuetos que definen la existencia de la propia Hamás hacen necesario guiarse con prudencia y cautela extremas a la hora de dar por buenos supuestos avances. Hay que tener en cuenta que el brazo armado de la citada organización, que se encuentra sobre el terreno, y el brazo político de esta, a miles de kilómetros de distancia, cada vez hablan con lenguajes menos concordantes, circunstancia que abre la puerta a indeseables desajustes en el discurso y en la cadena de transmisión del mismo que dificulten aún más el desarrollo de unas conversaciones de paz.

En cualquier caso, menos es la nada a la hora de poner fin a la barbarie de Israel en una Franja regada con la sangre de más de 66.000 palestinos (20.000 de ellos, niños) y en la que el 92% de los pisos está arrasado. Hay 50 millones de toneladas de escombros en las calles, 2.300 centros educativos ya no existen y 18 hospitales tratan de trabajar infrahumanamente.