Hasta los pueblos más pequeños reparten el espacio habitado por barrios. Ese territorio se enseñorea de formas peculiares: a la sombra de una ‘casa grande’, a ambos lados de una carretera, en torno a la iglesia parroquial, en las proximidades de la estación del tren… El escritor Félix Urabayen se recrea en la descripción de esos pequeños núcleos de población en el Valle de Baztan en el brillante ejercicio de escritura que es ‘El barrio maldito’. La distribución no responde tanto a límites geográficos o de propiedad como a la actividad humana y a la cercanía que esta genera en las gentes. Por lo tanto, en algunos casos las personas eligen el barrio donde quieren vivir, pero en otros el barrio les elige a ellos. Así las cosas, uno se agarra a ese pequeño microcosmos doméstico y presume de ser de San Jorge, de la Txan, de La Peña en Tafalla, Ibarrea en Altsasu o de Lourdes en Tudela. Yo era de la Chantrea por cercanía, no por vivir en una de esas casas que los futuros ocupantes levantaban al amparo del Patronato Francisco Franco y a mayor gloria del Caudillo. Quiero decir que el barrio me eligió a mí. Y eso te marca de por vida.
El asunto no es baladí. El Ayuntamiento de Pamplona aprobó este martes una declaración institucional que insta al equipo de gobierno a poner en marcha un proceso de trabajo para lograr la delimitación oficial de los barrios, pendiente desde hace décadas. Esa definición se incorporará a los reglamentos y documentos municipales para evitar problemas.
En el pueblo de mi infancia los límites quedaban establecidos por el alcance de las pedradas lanzadas unos contra otros o por el espacio donde se marcaban las líneas de un campo de fútbol. El Pueblo, la Chantrea y las Ventas no aparecían definidos en el catastro administrativo pero todos los vecinos, no solo los niños, respetaban la convención de ese pequeño mapa mundi de andar por casa. Hoy plazas, calles y hasta esa avenida con ínfulas de ciudad son todo uno. Uniformidad. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de los galos, un grupo de irreductibles nuevos inquilinos delimitó lo que han dado en llamar el barrio de la Serrería, impulsando sus propias actividades. Y es que al margen de reglamentos municipales, hay un mapa sentimental que resiste a los límites del tiempo y todavía al cambio generacional. Los decanos de El Pueblo, la Chantrea y las Ventas llevan ese paisaje en su memoria.