Leo con estupor lo que dice Javier Taberna, presidente de la Cámara de Comercio e Industria, al presentar un informe que habla de que en los últimos años han crecido un 75% los problemas de salud mental en la juventud. Parafraseando a Pérez Reverte: “¿Cómo van a competir nuestros jóvenes con aquellos que llegan después de haber cruzado el desierto y de montarse en una embarcación para llegar aquí?”. Bueno, es evidente que alguien que ha hecho eso posee una resiliencia especial para afrontar determinadas cosas, pero los problemas de nuestra juventud se los hemos generado aquí y se los hemos generado los que les ponemos los sueldos en las empresas, los que les obligamos a cursar carreras y luego dos o tres master –porque solo los poderosos pueden acceder a lo mejor–, los que alejamos de su horizonte la idea de una vivienda asequible, los que los expulsamos de la posibilidad de la paternidad y maternidad hasta muy tarde, los que les hacemos desayunar cada mañana con casos de corrupción, crispación, un ambiente irrespirable y una falta total de confianza en sus mayores.

Es fácil señalar que les sobreprotegemos o que miran mucho su móvil. Claro que habrá casos así, por supuesto, y claro que las redes sociales tienen mucho que ver en casos concretos de personas con problemas, pero es un asunto de la sociedad hacia los jóvenes, que ven contundentemente que son los que peor lo tienen en cuanto a trabajos, viviendas, oportunidades, apoyo, etc, etc, etc. ¿Qué pinta en todo esto que no hayan cruzado el desierto? Tampoco lo crucé yo. Ni millones antes y después. Pero la sociedad en la que crecimos, con sus problemas, era más ilusionante y justa o por lo menos no tan exageradamente desigual como es ahora, llegada además de dos o tres crisis seguidas, una pandemia y un alza de precios en los últimos años demencial. Les estamos machacando la realidad y los sueños. ¿Qué esperamos?