Suena un cornetín de fondo. A continuación, la notas del himno español: lolo-lolo-lolololololololo-lololo-lolo… ¿Estoy en el cuartel?, me pregunto mientras trato de despegar los párpados y sintonizar los oídos ¿Qué dices?, si no hiciste la mili… Es verdad, no me acordaba.

El sonido proviene del televisor. Por la pantalla desfilan con marcialidad gente uniformada: mentón al cielo, paso acompasado, barba bien recortada, pelo muy corto, traje recién planchado, fusil al hombro… Del cielo llueven hombres, como en la canción que pupularizó, entre otras, Geri Halliwell, uno de los himnos –con letra– de la comunidad gay. Estos, los de la tele, son paracaidistas. Tocan tierra y luego, se hace el silencio. Con solemnidad, la concurrencia entona a coro ‘Cuando la pena nos alcanza, por un hermano perdido…’.

La canta el rey, la canta la princesa, la canta Marlaska y la ministra de Defensa… Como el Chiki Chiki de Rodolfo Chikilicuatre. La joven princesa no es como la del cuento: esta va uniformada, con gorra calada hasta las cejas y con el pecho enmedallado de cacharrería. Como su padre. Es raro, anacrónico. Todo. Y dicen que es la fiesta nacional. ¿Qué fiesta? A mi me parece una exaltación militar. Y no estaba soñando.