El multilateralismo como forma de relación en el tablero geoestratégico internacional imperante desde el final de la Segunda Guerra Mundial está en entredicho. El segundo ascenso al sillón presidencial de EEUU protagonizado por Donald Trump, y su especial forma hiperbólica y personalista de entender el mundo y de moverse en él, se suma al imperialismo soterrado –en unos casos, de perfil económico, y en otros, de perfil militar– de potencias como China y Rusia para entender lo que parece el final de una era.
Es cierto que una parte importante de Europa sigue apostando por marcos multilaterales, modelo que ha sido sinónimo de paz y desarrollo internacional durante décadas. No obstante, la idea de un continente, a la vez coral y a la vez, con una única voz, cuenta con sonoros abandonos, como el protagonizado por Reino Unido, y con detractores cada vez más numerosos, con el ascenso de líderes ultras –incluso, hasta los órganos de gobierno de sus respectivos países– y de sus políticas y discursos antiunión europea en un buen número de Estados miembros de la UE.
Esta nueva perspectiva, con tres grandes actores –EEUU, China y Rusia– en busca de la hegemonía internacional, erosiona cada vez con mayor intensidad aquellas instituciones nacidas como marcos de reflexión y debate colaborativo entre iguales. Desde luego, el auge de ideas ultranacionalistas y la inconsistencia del statu quo internacional reinante hasta la fecha deriva en incertidumbres e inestabilidad geopolítica, que manan en distintos ámbitos geográficos –Ucrania, Oriente Medio, Venezuela o el Sahel, entre otras ubicaciones–, pero también en distintos ámbitos económicos.
Las restricciones al libre comercio internacional con la imposición de aranceles y de políticas involutivas, y la competencia de economías fuertemente dopadas por sus Estados, –el caso de China y sus sectores tecnológicos– han resultado especialmente nocivas para quienes han anclado su desarrollo a ámbitos integradores y multilaterales.
Desde luego, los cambios que se observan desde hace unos años en el panorama internacional se asemejan a escenarios funestos para la Historia –fundamentalmente, para la historia europea– que hay que espantar con la noción de una Europa más unida, más ágil, más eficaz, más eficiente y más audaz. Desde luego, la perspectiva de lo contrario debería ser suficiente acicate para actuar con determinación y contundencia.