El mundo vasco y el catalán andan bastante desconectados. A tenor de la admiración mutua que en teoría nos profesamos, resulta sorprendente, pero la evidencia está ahí, un tanto incómoda. Ya no hay vasquitis ni catalanitis, consecuencia de una desmitificación saludable, pero también de distancias políticas y sociales crecientes.
En la era del infotainment, del espectáculo continuo, el show lo genera Madrid. En esto el centralismo se ha superado. Tiene producto, altavoz y repetición para captar nuestro interés. Mientras Ayuso no calla ni debajo del agua, Catalunya tiene en Illa el perfil opuesto, de tipo razonable y discreto. La salsa, la sal y la pimienta andan por la Villa y Corte, y en el mundo occidental en una Casa Blanca en demolición. Hay más entretenimiento en un apretón de manos entre Trump y Sánchez que en cien comparecencias que aburren a las ovejas. Es triste pero es así.
Cría cuervos
Catalunya interesó cuando el procés impactó por novedoso. Pero aquello pasó. Hoy sabemos más de los avatares madrileños que del resto de comunidades, con la excepción de la CAV por razones de hermandad con Navarra.
La irrupción de la extrema derecha catalana ahonda en la distancia con el mundo vasco. La nostalgia de 2017 aquí no tiene predicamento. Aquí tratamos de caminar a presente, aunque a una parte le cueste mucho. El soberanismo requiere un proyecto amplio. Un país no se blinda ni se independiza sin articularlo ni vertebrarlo, ni mucho menos combatiendo su realidad. El desbarre de la xenófoba Aliança Catalana es el último pago de un viaje errático que ha llevado a Junts, ERC y la CUP a caer en crisis. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
Renovarse o morir
En 2017 Catalunya interesó por su pulso a una derecha marimandona. Pero pasados ocho años, falta por fraguar una nueva generación de soberanistas para hacer frente a los delirios de Orriols. En la CAV, en cambio, PNV y EH Bildu renovaron sus liderazgos con Pradales y Otxandiano, y es que el paso del tiempo es como la picadora Moulinex, más cuando se viene de trayectos intensos.
Por más que existan alianzas y ciertas complicidades, no hay una política muy trenzada entre el soberanismo vasco, el catalán o el gallego. Lo socorrido es agarrarse a que cada pueblo tiene su camino. Pero si tanto se reclama la plurinacionalidad lo lógico es que hubiese una entente sólida entre las nacionalidades del Estado, ahora que a Sumar se le han roto las costuras y el futuro puede ser un huracán recentralizador de corte autoritario. A ver qué decide Junts este lunes en Perpinyà.
Estar a la altura
El político catalán que mejor aprovecha su visibilidad y mejor conecta en territorio vasconavarro es Rufián. Un orador competente y con olfato. Tal vez un verso demasiado suelto. Tal vez con el peligro del estrellato, pero desde su escaño retrata las carencias de una fracción de la izquierda escindida en un viaje a ninguna parte. El rojerío hispano anda a la greña y parece no importarle regresar al limbo.
Sobran los golpes de pecho o las llamadas a reventar nada. Se trata simplemente de estar a la puñetera altura del momento. Saber cuáles son sus fuerzas y debilidades y combinar tangibilidad, realismo y audacia frente a los enormes retos existentes. En definitiva, capacidad de escucha y mirada amplia sin caer en tentaciones reaccionarias.