Nos vamos –los contribuyentes de Pamplona– a gastar 155.000 euros en mover unas esculturas de escaso valor artístico que recrean a unos personajes fallecidos hace entre 700 y 1200 años y que para más inri eran reyes. Reyes de Pamplona o Navarra, no sé, entre el siglo VIII y el XIV. Vamos, siglos de mucho respeto de los derechos humanos y me imagino que carentes de asesinatos, muertes, abusos de toda clase y condición y a saber qué más.

Por supuesto, me alegro por la empresa concesionaria del traslado de las seis estatuas desde Sarasate –donde llevan desde 1885 y donde no podían estar porque se va a reformar el paseo en breve– hasta la Taconera, donde les han buscado, según el concejal encargado, un hueco mejor, que “mejorará su disfrute”. Bueno, ya digo, a mi me parecen horrorosas y el gasto una exageración pero lógicamente y afortunadamente las cosas no se hacen o dejan de hacer por gustos particulares sino que se supone que hay consensos y expertos y leyes y estas cosas. Y ahí es dónde, ya lo he mentado antes, quería yo entrar.

Ahora que tanto hablamos de la memoria histórica y de sacar del callejero a equis personas y de no meter a otras equis y tratar de ser exquisitos con cómo la ciudad honra a sus antepasados, ¿de verdad alguien sabe a ciencia cierta si estos seis personajes son dignos de que en pleno 2025 ocupen un lugar en una ciudad que ya no es la de 1885 y que vive, se supone, bajo otros paradigmas y valores? Es que a mi lo de los reyes me tiene de siempre alucinado. Y no hablo de los de ahora, que ese es otro capítulo, sino de los de antes, de cuando las cosas se solucionaban como se solucionaban.

¿Tiene nuestro callejero y nuestros parques y jardines que seguir honrado a sujetos de los que, no tengo duda, vivieron en unas épocas en las que llevarse por delante al personal era el pan nuestro de cada día, fuese obligado o más elegido? Para mí que no.