La Semana Europea de la Igualdad de Género devuelve a la Unión Europea a uno de sus compromisos más antiguos y, a la vez, más desigualmente cumplidos. La igualdad, proclamada en los tratados y celebrada en discursos solemnes, sigue tropezando con realidades que no caben en las estadísticas. Europa puede presumir de directivas pioneras, de objetivos ambiciosos y de un liderazgo moral frente a retrocesos globales, pero el espejo de la práctica muestra todavía grietas profundas. La brecha salarial apenas se ha reducido, la conciliación sigue siendo una asignatura pendiente y la representación femenina en la política o la empresa continúa muy por debajo de los discursos. Esta semana no basta con celebrar avances: toca mirarse de verdad.
AVANCE LEGISLATIVO, BRECHA EN REALIDADES
Bruselas ha querido aprovechar esta cita anual para exhibir logros tangibles. En pocos años, la Unión ha aprobado la Directiva de Transparencia Salarial, la de Paridad en los Consejos y nuevas normas de conciliación familiar, consolidando un marco jurídico de referencia mundial. Pero el salto de la norma a la realidad sigue siendo la parte difícil. Las inspecciones laborales son desiguales, los mecanismos de control apenas se aplican y muchos Estados miembros avanzan con ritmos distintos. En demasiados sectores, el progreso se detiene en los escalones más altos, donde las mujeres continúan siendo minoría. La igualdad europea se ha convertido en una conquista interrumpida: más visible que nunca, pero aún incompleta.
REACCIÓN CONSERVADORA
El espejo de la igualdad refleja también las contradicciones políticas y culturales del continente. Europa defiende con firmeza la igualdad de género como valor esencial, pero no logra blindarlo ante la reacción conservadora que crece en varios países. En algunos, se cuestiona abiertamente la educación sexual o la agenda feminista; en otros, se reduce la financiación de políticas de igualdad. Todo ello en un contexto de fatiga social, donde parte de la opinión pública considera superada la batalla. Sin embargo, la igualdad no se hereda: se sostiene. De ahí que la Comisión y el Parlamento insistan en mantenerla viva como prioridad transversal en empleo, digitalización, transición ecológica y acción exterior.
LIDERAZGO MUNDIAL
Europa se mira, pues, en un espejo que no miente. Refleja la mejor intención política y la distancia que aún separa los principios de los hechos. Si la Unión quiere ser ejemplo global, debe comenzar por asegurar coherencia interna: presupuestos sensibles al género, presencia equilibrada en los altos cargos y políticas de cuidados que igualen oportunidades reales. Solo así podrá reivindicar su liderazgo frente a los retrocesos de otras regiones y demostrar que la igualdad es, en efecto, la forma natural de su democracia. Porque el futuro europeo —económico, político y moral— dependerá de algo, tan simple y tan exigente, como que hombres y mujeres se reflejen por fin en el mismo plano.
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