Síguenos en redes sociales:

Mesa de Redacción

Joseba Santamaria

La crisis de la política es la crisis de la democracia

La crisis de la política es la crisis de la democraciaJesús Hellín

No sólo la corrupción y los personajes que la encabezan es la causa del creciente distanciamiento de la ciudadanía de la clase política. La confusa e ineficaz gestión de la incertidumbre global en un presente cambiante por parte de los gobiernos pesa también como una losa sobre su imagen ya deteriorada. La crisis de credibilidad del modelo de participación democrática a través de los partidos –los líderes y las propias organizaciones políticas se sitúan en las escalas más bajas de valoración social–, se deriva también del profundo malestar existente ante las consecuencias sociales y humanas de una situación económica, política, social y global cada vez más inestable en todo el mundo.

Al compás de este tiempo de desconcierto y dudas y con el impulso de los algoritmos que difunden bulos y desinformación comienza a instalarse en la percepción social mundial una crisis de los propios valores democráticos, más aún en las nuevas generaciones que asisten con una progresiva distancia y descreimiento hacia al barullo, la amenaza, los bulos, la militarización, el chantaje y la estridencia como principales ejes hoy de los discursos políticos del sistema. Y a la constatación de la inutilidad de muchos discursos y acciones políticas respecto a las demandas y necesidades reales de la sociedad.

El distanciamiento de la política es un déficit democrático que afecta al desarrollo de la propia democracia y cuya vía de solución debe incidir precisamente en factores democráticos como la participación, la ética o la transparencia antes que en la actitud oscurantista y conservadora de ignorar los problemas, ocultarlos o minimizarlos. La crisis económica se ha convertido en permanente desde 2008, con altibajos, pero siempre bajo su sombra, en cuanto que los dineros públicos y privados se volatilizan sin que nadie explique cómo ocurre tal desfalco generalizado. Los especuladores y corruptos, los nuevos casos, las viejas tramas pendientes de juicio aún, los acumuladores de riqueza... se amontonan. Los gobiernos lanzan avisos de medidas importantes para paliar los efectos del desorden internacional en la estabilidad económica, pero las propuestas, reuniones, encuentros, desregulaciones, un compendio de intenciones, no parece que traigan nada bueno.

La realidad evidencia que nadie sabe nada. O quizá ya no haya nada que entender ni decir. Simplemente, unos pocos han decidido repartirse la riqueza común como botín. Pese al fracaso de la globalización neoliberal el camino incide en la sustitución del Estado de Bienestar por un nuevo modelo basado en la desigualdad, la injusticia social, el recorte de derechos y la destrucción medioambiental. A esa devaluación ética de las relaciones humanas le acompaña de la mano el ataque ideológico lanzado contra la democracia.

Un discurso reaccionario que niega la esencia de la democracia: la asunción de la voluntad libre y democrática de los ciudadanos en la toma de decisiones, con el argumento de las consecuencias que puede suponer su ejercicio. O con el de que los ciudadanos no están cualificados como las elites y esa inmadurez augura una decisión equivocada. La crisis de la política es también la crisis de las democracias mientras la ultraderecha navega en esas aguas turbulentas viento en popa. Para temblar.