Vivimos un poco a golpe de titulares extremistas e incompletos que nos urgen a pinchar ahí y caer en el habitual engaño de la economía de la atención. Vivimos manipulados por redes sociales en las que el algoritmo está cargado principalmente de intereses económicos y políticos (siempre de derechas, no nos engañemos) y así esa realidad construida de manera un tanto ridícula y exagerada pero efectista nos implanta cualquier mierda como terrible preocupación que debemos tener en cuenta para no estar fuera de sitio. Vivimos en la uniformización de la opinión, pero también del odio teledirigido, del populismo y la polarización. Es todo tan eficiente que casi no recordamos que la vida hace diez o quince años estaba aún libre de muchas de estas ataduras y engaños. Los estudios científicos van mostrando que estamos entregando nuestra libertad cognitiva sin recibir demasiado a cambio. Y mientras tanto se condena a la gente diferente, más que nunca, a estar fuera de lo que se mueve y se aplaude colectivamente.
Por eso debemos reivindicar las diversidades: cada vez que un discurso de odio nos alerta contra quien es diferente, hagamos bandera de la diferencia, denunciemos ese señalamiento interesado, que siempre acaba yendo en contra de los logros sociales, de los derechos de las minorías. Perdonen si me repito, pero es que vengo de confirmarlo hace unos días en Barcelona, donde hemos celebrado precisamente la diversidad afectivo-sexual y de género en la ciencia, durante una conferencia organizada por PRISMA, una asociación que nació en Pamplona precisamente. A pesar de las realidades que nos discriminan, surge un activismo que reclama una mayor presencia, un mayor cuidado, una más estricta vigilancia contra los abusos. Ojalá tomemos esa vereda y no la otra que machaconamente nos venden.