Ante Puigdemont, postrados. Ahí coinciden paradójicamente Sánchez y Feijóo. El presidente ruega al líder del Junts que no le abandone ante semejante estado de turbación. El jefe de la derecha, en cambio, le quiere para que funda de una vez los plomos de esta desquiciante legislatura. Son genuflexiones políticas humillantes. Además, resulta un sometimiento demasiado hipócrita. Ninguno de los dos confía en el huido a Waterloo. Más aún, lo detestan. Asumen que representa un mal necesario. La enésima dosis de vanidad que reconforta al político catalán, cada vez más encapsulado en una resistencia laberíntica de incierto resultado.
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Atrapado en la soledad y los disgustos cercanos, Sánchez rescata su manual de resiliencia para surfear la marea. Recupera, incluso, el contexto de conflicto político para referirse a Catalunya cuando parecía haberse abolido con la llegada de Illa a la Generalitat, los indultos y la amnistía. Asume también incumplimientos en los acuerdos del procesado Cerdán con la derecha independentista. Hasta se aflige por ello. Pide árnica para tomar aire. No parece suficiente. Miriam Nogueras quiere que el presidente se siga arrastrando, dejando más pelos todavía en la gatera. Nadie descarta que lo haga. De entrada, ahí queda la ley de reincidentes.
Puigdemont nunca apoyará una moción de censura del PP y Vox. Comparte con ellos los designios de ese liberalismo económico que marca el alma convergente de Sánchez Llibre desde Foment, pero de ahí al abrazo hay un trecho intransitable. El presidente lo sabe y Feijóo, también. Pero el Gobierno dispone de mayor capacidad de maniobra para tentar a los enemigos en sus cavilaciones. Al líder del PP, en cambio, solo le queda desgañitarse allá donde le quieran escuchar con propuestas que rechinan en un amplio sector de su afiliación. Hasta causan desconcierto. Arrodillarse un día ante quien llamas habitualmente delincuente antiespañol y prófugo declarado causa una comprensible hilaridad. En la desesperación, todo vale.
En cuestión de humillación insuperable, ahí queda el despreciable comportamiento del maníaco sexual Francisco Salazar con cualquier trabajadora a sus órdenes. Y en cuestión de desvergüenzas, el impresentable silencio cómplice de Ferraz desoyendo las clamorosas denuncias contra este curtido fontanero de la máxima confianza de Sánchez y del poderoso clan andaluz al que pertenece. Las acusaciones vertidas y, sobre todo, la carencia de sanciones ejemplarizantes desde la dirección del PSOE enojan al partido ante un granero electoral muy sensible porque dinamitan su apuesta ideológica por la igualdad. Tito Berni, Ábalos, Koldo y Salazar comprometen con sus desvaríos no desmentidos la suerte de miles de votos. Kilos de carnaza para seguir alimentando el radicalizado discurso de una oposición que no ve el final del túnel ni siquiera con la ayuda de la UCO, los encarcelamientos y menos aún con los desatinos del juez Peinado.
El espejo extremeño
Mientras se multiplican los titulares sobre la corrupción y los pagos en metálico, Extremadura se hace un hueco con más derecho que nunca. Los resultados de sus elecciones anticipadas del 21-D se aseguran una traslación más inmediata que nunca a nivel estatal. De momento, en los pequeños mentideros de Extremadura, al elucubrar sobre la suerte final de esta próxima cita con las urnas, dicen que Vox viene al galope. Los dos partidos mayoritarios le sitúan como el auténtico enemigo a batir. En el caso del PP, para que en su victoria asegurada no le obligue a distanciarse en exceso de una mayoría absoluta que le pronostican imposible. Para los socialistas, porque un ascenso de la ultraderecha cerraría para mucho tiempo cualquier opción de gobierno a la izquierda en esta tierra durante 36 años abonada a los designios de Rodríguez Ibarra -a quien han rescatado ante la amenaza del desastre- y el desaparecido Fernández Vara.
Abascal se siente más cómodo que nunca y no solo por el crecimiento que le auguran las encuestas. Asume su condición de partido necesario para evitar cualquier gobierno socialista ahora y en las sucesivas convocatorias autonómicas que se encadenarán en los próximos seis meses. Tampoco le supone un especial desgaste. Le basta con atizar las debilidades de los principales candidatos. A la actual presidenta, porque tiene la espina clavada de la traumática ruptura de su coalición. A la opción socialista, tan duramente criticada a nivel interno, porque le persigue el fantasma de la supuesta prevaricación con el hermano músico de Sánchez y, desde luego, su humillante trampantojo para asegurarse el aforamiento como parlamentario.