O zorras y gallinos, para que nadie se me soliviante y pida la horca para mí por la cosa de la igualdad y las cuotas en los títulos de columnas. Me han calentado tanto las orejas últimamente que me he comprado un papel de fumar algo más grande de lo normal (pero poco más) a fin de poder cogérmela con él sin que sobresalga nada. La escasamente buena noticia es que me llega con holgura.
La noticia muy peor es que tendré que adelgazar porque no me la veo, y eso se queda para la siguiente columna con el resto de propósitos de Año Nuevo y otros autoengaños y un espejo. Pero desvarío. Rebobino y vuelvo a la casilla de salida.
Cualquier granjero certificará que poner a un raposo a vigilar el gallinero es garantizar el cielo para el zorro y el infierno para las gallinas: una idea tan estúpida como ellas mismas. Pero es algo que en esta orgía neoliberal que nos ha tocado padecer está a la orden del día.
Y si no me creen, fíjense en Trump que ni siquiera se sonrojó cuando dijo que construiría con gusto un resort de lujo en Gaza y acabará supervisando la reconstrucción de ese territorio palestino y ni se molestará en utilizar testaferros, así de arriba se ha venido. Sólo con pensarlo se le pondrán los depósitos del amor a ritmo de samba.
Y por seguir con su incurable y contrastada lujuria, lo puedo imaginar teniendo sueños húmedos en los que se compra media Kiev para construir casinos y hoteles de lujo. O mirando fotos aéreas de Venezuela con su estado mayor, imaginando campos de golf y lujosas villas, al extremo de bajarse directamente la bragueta (sin cortarse, ¿para qué?) y ordenando que le alcancen la caja de los Kleenex.
De todos modos tampoco hay que irse tan arriba ni tan lejos. Miremos el desastre de los cribados de cáncer de mama en Andalucía. Me juego todo lo poco que tengo y lo que jamás tendré a que el presidente andaluz Moreno Bonilla, cuando ya no ocupe el cargo, afirmará sin pudor que esto no habría ocurrido si la sanidad hubiera estado en manos privadas. Con un par y las hemerotecas a privatizar ya. Ole, ole y ole.
Y claro: se empieza privatizando la sanidad y, ya puestos, se sigue con lo que queda de la educación, la justicia, la policía, las cárceles... y hasta el agua... El que quiera lluvia que pase por caja. A veces incluso pienso que serían capaces de privatizar el idioma y quien quiera opinar, o simplemente felicitar las pascuas, que abone la cuota exigida o que calle para siempre. Aunque cada vez que escucho a Isabel Díaz Ayuso... me entran dudas sobre lo de pagar por hablar. O al menos poder cobrar por escucharla, coño.