‘Déjà vu’ navideñoEFE
¿Cómo puede ser? Un discurso navideño del jefe del Estado español sin chicha ni limoná. Estoy que no entro en mí del sobresalto. Disculpen el tono, pero al menda, que ya ni siquiera peina canas, la sucesión de acontecimientos ligados a la agenda tradicional hace eones que no le sorprende. De hecho, y sin ánimo de sonar a fanfarrón, casi me veo capaz de escribir la crónica de la intervención del monarca el mismo día 23 sin desviarme excesivamente ni de la línea, ni de la liturgia ni de las reacciones políticas posteriores. Y no, ni soy pitoniso ni tengo acceso a quienes tutelan las palabras con las que el rey felicita a los conciudadanos la tarde-noche de la Nochebuena. Simplemente, confío en la predicibilidad y en los espacios comunes que se visitan sin disimulo desde que Paquito entregó la cuchara, allá en el Pleistoceno.
El rey Felipe VI volvió a tomar la palabra en esa suerte de obra de teatro tradicional: un acto donde lo predecible y lo insulso se entrelazan en un guion memorizado al que se añaden toques para dar apariencia de novedad. Cambios en la puesta en escena no dificultaron encontrar la retahíla sobre la unidad y la necesidad de huir del frentismo.
La Constitución, ese viejo conocido, también hizo su aparición estelar como bálsamo de Fierabrás que, presuntamente, todo lo cura pero que nadie sabe cómo ni por qué.
Nada de autocrítica en el horizonte
- Voces. La debacle socialista en las pasadas elecciones de Extremadura no está cosechando ni un poco de autocrítica. La número dos del PSOE y del Gobierno español, María Jesús Montero, acaba de explicar que el principal enemigo de su opción política en los comicios ha sido la abstención. Sí, como lo oyen. Ni los tejemanejes del candidato salpicado por cuestiones que requieren una investigación judicial, ni la oposición errática realizada en aquella comunidad, ni las sospechas de corruptelas ligadas a la marca han tenido nada que ver en los resultados. En fin, será que la realidad varía según el universo en el que se habite.
Desde luego, Felipe VI recibió un aplauso protocolario de los de siempre y una ración de palos dialécticos de quienes pocas veces se ven reflejados en lo que sugiere el rey de los españoles. Vamos, nada nuevo en el horizonte.
Tengo la sensación de que las omisiones en el discurso, que solo dibuja una manera de entender el Estado, ya ni siquiera hacen mella en quienes se saben fuera de la ecuación oficial y que pelean cada día por que su voz se escuche, ya que la invitación reiterada al diálogo desde el púlpito real se convierte en un eco desdibujado.