Últimamente, cada vez más, hay personas que se atribuyen la autoridad de hablar a los que utilizan la bicicleta con espíritu paternalista y se permiten el lujo de aconsejarles y hasta aleccionarles, intentando protegerles de un peligro que ellos mismos se preocupan en hacérselo presente y alimentar: el tráfico.
Estos mismos defensores, cuando hablan de la bicicleta, hablan de riesgo, de peligrosidad, de probabilidad de accidente, de víctimas, de indefensión, del casco, de cumplir las normas y de evitar el uso compartido de las carreteras, y luego se adornan hablando de la necesidad de las bicicletas en la ciudad, de circular por los carriles bici y, donde estos no existan, por las aceras.
Lo que eluden es hablar de unas ciudades, unas carreteras y unas normas pensadas en los coches y para los coches, de unos carriles bici nefastos y de unos ciclistas y unos peatones ninguneados y acosados. Una realidad en la que, los que no van en coche, tienen que buscar sus oportunidades y sus escapatorias para mejorar su seguridad.
Todo esto no pasaría de ser más que un juego dialéctico si no estuviéramos hablando de víctimas reales. Pero cuando un descuido o una actitud temeraria de un automovilista puede resultar fatal para un peatón, un ciclista o para otro automovilista, hay que saber dónde ponemos el acento y dónde descargamos el peso de la responsabilidad.
Así pues, una cosa es corresponsabilizar a los ciclistas en el cumplimiento de las normas del tráfico, y otra muy distinta y realmente grave es culpabilizarlos y amedrentarlos con la figura de un peligro que solo se puede atribuir a las actitudes irresponsables de algunos automovilistas y a la ordenación actual de la circulación. Para tratar de ser ecuánimes, además, es necesario tener en cuenta que las infracciones, las negligencias y los descuidos de los que andan en bicicleta, aunque la mayoría de las veces sean difícilmente defendibles, a los únicos a los que les puede costar muy caro es a ellos mismos. Las de los automovilistas no.
Quizá lo realmente insoportable para algunos sea que la levedad de una bicicleta pueda ser comparada con la importancia y la gravedad de un automóvil, sólo porque ambos son vehículos con los mismos derechos de circular por la calzada y sólo porque ambos van conducidos por personas con los mismos derechos civiles.